Si los vagos son mantenidos con subsidios públicos... entonces el efecto se multiplica
Un carnicero de un barrio madrileño me dice que ha estado sobrepasado durante las Navidades. No daba a basto con el trabajo que tenía. También me dice que necesita un tercer empleado pero que les ha tenido que echar a los tres. Uno de ellos no acudía a trabajar porque tenía muchos problemas con su hija pequeña: llevarla al médico, etc. Los otros dos, porque sufrían -esto les va a sonar- depresión y ansiedad. No, no es lo mismo, pero suelen unirse. Por definición, la sociedad europea actual vive en permanente estado de depresión, estado que se complementa con frecuentes crisis de ansiedad o similar. Conclusión: siempre hay una razón para no ir a trabajar.
Recuerdo que durante mis 35 días en el sector público tuve subordinados a empleados con una media de horas trabajadas de 25 por semana y con varios de los miembros en baja laboral permanente. Pero el que más me sorprendió fue uno al que no llegué a conocer porque llevaba meses aquejado de pánico. Desconozco si se trataba de pánico al trabajo entre otras cosas... porque no llegué a conocerle: no iba nunca.
A todo esto, añadan ustedes las generosas subvenciones a la vagancia del doctor Sánchez, siempre en busca de algún vulnerable al que ayudar con el dinero de los demás.
Estamos en la España perezosa y esto es grave. El problema actual en esta España deprimida consiste en conseguir trabajadores, no en conseguir trabajo. Y si los vagos son mantenidos con subsidios públicos... entonces el efecto se multiplica y hay que exclamar aquello de ¡apaga y vámonos!