El vicepresidente italiano Mateo Salvini pide castración química y un aumento de las penas, mientras en España crecen las violaciones y la crueldad de las mismas... y la ignorante Irene Montero continúa desarrollando su locura argumental
Acabo de leer un buen trabajo periodístico donde se relata una repugnante violación múltiple acaecida en Palermo. El vicepresidente italiano Mateo Salvini pide castración química y un aumento de las penas para estos actos execrables, que revuelven las tripas. No recomiendo su lectura ni para los desaprensivos, porque pueden carecer de conciencia pero no de estómago.
La mujer prefeminista era más libre que la de de la era del feminismo imperante en la que nos movemos. Independientemente de su religión o de convicciones sobre el sexo y el matrimonio, sabía que un varón era un caballero cuando unía sexo con amor. Si a pesar de ello quería ser su pareja, la mujer sabía que si la simple atracción sexual no duraba tenía que interponer el compromiso legal.
Ahora, en la era feminista de la liberación femenina, resulta que crece el número de violaciones y crece la crueldad de las mismas. En el entretanto, la ignorante Irene Montero continúa desarrollando su locura argumental que une la solemnización de lo obvio -lo importante es el consentimiento, como si alguna vez no lo hubiera sido- con esa bucólica visión de la mujer como un ser arcangélico y del varón como un depósito de maldad y crueldad.
Además, la pobrecita ministra de Igualdad se queda en el paupérrimo ‘consentimiento’, que no deja de ser como jugar a empatar. La sexualidad, tanto la femenina como la masculina, pero sobre todo la femenina que, cuando se ejerce bien, es mucho más rica por más ligada al amor, va mucho más allá del mero consentimiento. La mujer no feminista -afortunadamente quedan muchas- suele tener más claro que el varón que el sexo es donación de uno mismo o se queda en simple reproducción animal.
Por eso, me ha parecido adecuado ‘resumir un resumen’ de fragmentos de Gilbert Chesterton sobre el amor. Un vademécum para navegar por aguas revueltas, las de la ignorancia supina imperante sobre el sexo, en la era del género. Ahí va:
“Un amante perfectamente racional nunca se casaría. Un ejército perfectamente racional huiría”. Es lógico sentir miedo al compromiso pero resulta inútil plantear un matrimonio sin compromiso.
“Las dos primeras cosas que un chico o una chica sanos sienten sobre el sexo son estas: primero que es hermoso y luego que es peligroso”. Por tanto, “la pureza se convierte en el principio de toda pasión”.
“En el momento en que el sexo deja de ser un servidor se convierte en un tirano”. Desconozco en una mujer, pero le aseguro que ningún varón que me lea dudará de lo acertado de la proposición.
“Cuanto más violentamente contrasten los sexos, menos probable es que choquen violentamente”. Dicho de otro modo: nada hay más distinto de un varón que una mujer... afortunadamente. Entre las muchas estupideces del feminismo destaca la de los ‘estereotipos sexistas’.
“El sexo y la respiración son las dos únicas cosas que generalmente funcionan mejor cuando menos nos preocupamos por ellas”. En efecto, toda obsesión es mala, la obsesión sexual es sencillamente castrante.
“Aunque un arca de Noé adecuada debería contener dos especímenes de cada animal nadie propuso nunca que debiera contener dos Noés”. Se me ocurren dos comentarios pero lo dejo a su libre albedrío.
No es Chesterton mal guía para ilustrarse. Porque el feminismo ha divorciado sexo y amor: ahora sufrimos las consecuencias. Y ha olvidado otro principio: la igualdad de los desiguales es otra desigualdad. Insisto afortunadamente, nada más diferente al varón que la mujer, nada más diferente a la mujer que el varón: por eso el sexo es un gran invento del Creador.