Estuvo el Papa en Verona, una semana atrás, y les pidió a los sacerdotes que en el sacramento de la penitencia, no torturen a los fieles, que perdonen todo a todos y que no "torturen" al penitente. 

Una vez más, y no seré yo quien se atreva a censurarle, con las palabras del papa Francisco, no me atrevo a concluir, si esto es bueno o malo, porque sería tanto como juzgar al Papa y no soy quién, pero Francisco sigue jugando siempre al borde del precipicio, y supongo que es lo que tiene que hacer en medio de la crisis más fuerte de la Iglesia en toda su historia: mismamente esta, los tiempos de la apostasía general.

Ahora bien, me parece que correr con mangueras a las inundaciones y con barcazas a los incendios, no ayuda a clarificar las cosas.

Quiero decir que lo primero que hay que decirle a un sacerdote en la Europa del siglo XXI es que se meta en el confesionario, lugar del que el cura de 2024 huye como si se tratara de un pozo de tortura... y la verdad es que no me extraña. Antes, el sacerdote sólo tenía un cometido en la garita: escuchar y absolver. Hoy tiene, cuando menos, dos: instruir al penitente, lo cual no pocas veces conlleva discutir con el penitente, y absolver. Sí, reñir con el penitente, porque la ignorancia es atrevida y porque mi abuela semianalfabeta del siglo XX estaba más formada en el catecismo que muchos "expertos" del siglo XXI. 

El segundo mensaje, guiado, no por la sabiduría, sino por el hecho de tener ojos en la cara, es decirle a la contraparte, a los penitentes, que acudan al confesionario, que están criando telarañas. 

¿Seguro que hay que perdonar todo a todos, siempre? ¿Qué pasa con el penitente que no se arrepiente o con el otro que está convencido de que no tiene nada de lo que arrepentirse?

Sí, esta es otra muestra de mis profundísimos conocimientos teológicos: si no hay confesor, no hay confesión; si no hay penitente, tampoco hay confesión. O los dos o ninguno. No me pregunten cómo lo he averiguado: yo soy así de brillante. Pero, en mi favor, recuerden que estamos en los tiempos en que se ha hecho necesario 'demostrar la evidencia'. 

Una vez que contamos con los dos elementos imprescindibles pasemos a la segunda parte del proceso: el penitente aporta arrepentimiento -¿ocurre esto siempre?- y el confesor actúa como juez de la veracidad de ese arrepentimiento, en representación de Dios. Por tanto, queda muy misericordioso eso de perdonar todo a todos, porque quien perdona es Dios y no el cura. Ahora bien, ¿seguro que hay que perdonar todo a todos, siempre? Mismamente, ¿qué pasa con el penitente que no se arrepiente o con el otro que está convencido de que no tiene nada de lo que arrepentirse? ¿Hay que perdonarle los pecados? Recuerden la institución del sacramento de la penitencia por el propio Cristo: "Recibid el Espíritu Santo: a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos" (Jn 20, 23).

Y ya puestos, ¿no sería mejor que el Obispo de Roma animara a la gente a confesar y a los sacerdotes a enarbolar esa mixtura de justicia y misericordia que constituye la esencia de la confesión, paso previo al acceso a la Eucaristía? De misericordia, sí, pero también de justicia.

Recuerden aquella mujer, emigrante, hispana, que vivía en cierta ciudad española con quien no era su esposo, y que se empeñó en confesar y comulgar manteniendo su concubinato. El sacerdote no le otorgó el perdón y le prohibió acercarse a la Eucaristía. Ella se enfadó muchísimo con el cura pero a la semana volvió para darle las gracias: "Es que nos lo habíais puesto tan fácil que ya no valoramos los sacramentos". Por ejemplo, ya no valoramos los sacramentos básicos de la vida cristiana: confesión y comunión.  

Lo primero que hay que decirle a un sacerdote en la Europa del siglo XXI es que se meta en el confesionario. Lo primero que hay que decirle a un penitente es que acuda al confesionario, que está criando telarañas 

Por cierto, el sacerdote no se arredró y le exigió que dejara de convivir con el maromo o que perpetrara matrimonio con él.

Insisto no es un juicio a Francisco porque yo no soy quién para juzgar al Papa. Es sólo un juicio al lenguaje porteño, recuerden que Francisco es Papa venerable, pero también argentino. ¿Todos son siempre todos? Depende del momento.

Sí, Dios perdona todo a todos, pero distingue entre la gravedad del pecado y, sobre todo, de nada sirve el perdón de Dios sin el arrepentimiento del hombre. Ni el mismísimo Dios, creador de un hombre libre. Repitan conmigo: libre, libre para amarle o para odiarle. 

Es decir, que, probablemente, lo más pertinente ahora mismo sea recordar las condiciones necesarias para hacer una buena confesión, sobre todo la segunda y la tercera: examen de conciencia, dolor de los pecados, propósito de la enmienda, decir los pecados al confesor y cumplir la penitencia. 

Porque sin arrepentimiento, se produce, en efecto, el perdón pero no el ser perdonado. Y ya saben: al cura le puedes engañar fácilmente, a Cristo jamás le engañarás.