Lo cuenta un libro que nunca me cansaré de aconsejar: Sor Lucía en Tuy, del sacerdote teólogo Manuel de Santiago. Se trata de un diálogo entre el jesuita Riccardo Lombardi, predicador de obispos, fundador del Movimiento para un Mundo Mejor y Sor Lucía, la vidente de Fátima. El asunto tiene enjundia y retranca porque el optimista Lombardi pretende doblarle el pulso a Sor Lucía y ésta le responde con un mandoble reiterado, para que quede claro que no hay lugar para el matiz:

-El Mundo Mejor, ¿es la respuesta de la Iglesia a las palabras que la Virgen le dijo?

-Padre -responde sor Lucía- es necesario una gran renovación. Si se hiciere sólo una limitada, parte del género humano no se salvará. 

-Yo espero que Dios salve a la mayor parte… -Padre, se condenan muchos. 

-Es cierto que el mundo está lleno de vicios pero hay siempre una esperanza de salvación -insiste el tonsurado. 

-No, Padre, muchos, muchos se perderán.

De entrada, esto me recuerda aquello de que un pesimista no es más que un optimista bien informado. Pero lo que me asombra es que, ante la simpática objeción de Lombardi, a la que cualquiera desearíamos acogernos, de la misericordia de Dios para con el hombre, Sor Lucía no retrocede sino que avanza e insiste: que no, Padre Lombardi, que no sea cabezota, que se están condenando muchos; muchos, insiste... lo que da pábulo a pensar que son más, muchos más, los que se condenan que los que se salvan. Panorama no especialmente tranquilizador. 

¿Si el infierno está vacío dónde está Hitler? El problema no es que el infierno esté vacío sino que si el pecado no existe tampoco existe el mérito, y entonces, ¿qué más dará todo? 

Siempre hay una esperanza de salvación, asegura Lombardi, apelando a la misericordia divina. Pues bien, Sor Lucía no acepta esa forma de entender la misericordia, precisamente porque entiende mejor que Lombardi la virtud teologal y la condición más identificativa de Cristo, el amor: no padre, no se engañe, viene a responder, se están condenando muchos. El infierno no está vacío. Y es que la misericordia de Dios es paciente, pero también justa. Lo otro es la postura de azúcar cande que yo resumiría a lo asturiano: "¡Oh Jesús Dulce y bueno... ven y expulsa a los mercaderes del templo a latigazo limpio!". 

Señores: el amor de Dios es muy exigente. Todo lo da ergo todo exige recibir. Cristo es el gran amante de la historia. Exige mucho porque da mucho.

Pues, miren por donde, por ahí camina alguno de nuestros padres sinodales, de cuyo nombre no quiero acordarme: mientras la humanidad se desangra, contemplo a prebostes vaticanos pervirtiendo el concepto de misericordia divina que renovara, en el mundo moderno, la polaca Santa Faustina Kowalska. Su coetánea, Lucía de Fátima, le recuerda a Lombardi que son muchos, muchos, los que se están condenando y que la renovación de almas, o sea del mundo tiene que ser profunda, verdadera conversión, porque un ir tirando no nos basta, en esta etapa de fin de ciclo.

Una etapa en la que vivimos la era de la blasfemia contra el Espíritu Santo, una verdadera inversión de valores, donde el malvado no se conforma, como ha ocurrido a lo largo de la historia, con hacer fechorías sino que, encima, exige que sus barbaridades sean consideradas obra de selecta caridad. Es decir, no se conforma con vulnerar la norma -la doctrina- quiere invertir la norma, hasta que el homicida sea aplaudido. Algo que creo no ha ocurrido en toda la historia de la humanidad. Hasta ahora nos conformábamos con hacer gansadas, ahora a las salvajadas les llamamos progresismo. 

La misericordia divina es justa y recia: ¡Oh Jesús Dulce y bueno... ven y expulsa a los mercaderes del templo a latigazo limpio! El amor de Dios es muy exigente y no están los tiempos para melindres 

Además, ¿si el infierno está vacío dónde está Hitler? El problema no es que el infierno esté vacío sino que, si el pecado no existe, tampoco existe el mérito, y entonces, ¿qué más dará todo?

Pta: no, no hablo de padres sinodales alemanes. Bueno, al menos, no sólo de ellos.