Miércoles 1 de septiembre. Nueva genialidad de la ministra de Sanidad, Carolina Darias, recién salida de la ley D’Hondt: ya no se va a medir la gravedad del Covid ni por el número de contagios ni por el de fallecidos, ahora serán otros factores, por ejemplo, el ritmo de vacunación. Y esto se hace justamente cuando las vacunas -evidencia científica demostrada, que no mostrada- están siendo mucho menos eficaces que lo esperado. Al principio era la solución definitiva, ahora resulta que el vacunado puede contagiarse y que puede contagiar y ser contagiado.

Es igual, como España está a punto de conseguir una vacunación del 80% de la población, si la gente se vacuna es que la cosa va bien. Y si a pesar de vacunarse sigue yendo mal: pues tercera dosis. O cuarta, o quinta, o sexta…

Y si niegas este principio… pues entonces eres un negacionista, naturalmente. Vivimos una época muy divertida. Esto es muy divertido.

El efecto Monk. Los misántropos me temo que han vencido: nadie quiere tocar a nadie

Y todo ello demuestra que la contabilidad es una ciencia exacta porque dice exactamente lo que uno quiere que diga, así como aquella otra sentencia de que “el 95% de las estadísticas son mentira. Ésta, también”.

Pero lo que más me preocupa es el efecto Monk. No sé si recuerdan aquella serie de principios de siglo, la del detective Monk, un personaje obsesivo-compulsivo, incapaz de relacionarse con otras personas que no fueran su psiquiatra o su asistente. Un ser misántropo y, por tanto no muy agradable: centrado en sí mismo, egoísta e incapaz de entregarse a nadie.

Lo digo porque me temo que dejando a un lado las pavadas de doña Carolina, con el coronavirus los misántropos ya han vencido: nadie quiere tocar nadie y cualquier expresión, no ya de afecto, sino de buena educación entre los seres humanos es condenada como irresponsable, insolidaria y profundamente asocial. Los totalitarismos del siglo XX no se atrevieron a tanto.