Las cifras ya no dicen absolutamente nada y lo único que sigue vigente es el miedo que provocaron cuando decían algo. Ni las cifras de contagios, ni las de ocupación hospitalaria, ni la más importante, la de muertos por Covid, dicen ya nada.

En primer lugar, por la ley del rendimiento decreciente, norma básica de la capacidad intelectiva humana. De dos, tres, incluso diez cifras, se extraen conclusiones. De 20 cifras diarias se termina por no extraer conclusión alguna. No son tiempos de hambre sino de indigestión. Y lo mismo ocurre con los porcentajes.

Así, las cifras proporcionadas por Sanidad, correspondientes al lunes 30 de agosto nos cuentan lo mismo que las de la semana anterior. Parece que el virus se orienta a la baja, siguiendo la ley de oscilación permanente que denunciara la experta científica Isabel Díaz Ayuso: ocho semanas para arriba, ocho semanas hacia abajo.

Es lo que se llama ciencia estadística, aquella que nos dice lo que está pasando sin ofrecernos la menor explicación de por qué está pasando. Avance en zigzag… hasta lograr el mareo profundo de protagonistas y observadores.

¿Y por qué no nos acostumbramos al bicho? ¿O se trata de que jamás volvamos a la normalidad?

El resultado del mareo covid es que la gente está muy mal: los de un lado, los de otro y los de en medio. Los de en medio son los que insisten en que dos más dos son cinco, ni cuatro ni seis, en que debemos promocionar la vacunación pero al mismo tiempo, recuerdan las ‘evidencias científicas’ que evidencian, científicamente, que las vacunas covid no son vacunas sino ensayos para paliar el mal y que sólo han servido para descuidar la investigación en tratamientos.

Y a todo esto, ¿por qué no nos acostumbramos al bicho, sin renunciar a eliminarlo? ¿O se trataba de que jamás volviéramos a la normalidad?

Claro que para eso, hay que ser un poquito humildes y reconocer que la ciencia ha fracasado y que aun no sabemos nada de este virus.

Provocaría risa, si no diera lástima, la profusión de enfrentamientos entre policías y jóvenes de botellón por toda la geografía española. No justifico a estos, porque el botellón, por sí mismo, evidencia una sociedad vacía, en la que se trata de echar alcohol en un odre lleno de agujeros. Ahora bien, ¿por qué se extrañan de lo que ocurre? Cuando esclavizas a la gente, la gente busca su liberación. ¿Por el camino correcto? No necesariamente, tan sólo su liberación.