La polarización de la sociedad trae consigo que unos quieren vencer siempre a los otros, porque el diálogo equilibrado para comprenderse las partes, es una de las primeras cosas que desaparecen. Así es, en tiempos de confusión moral y saturación informativa, tenemos que reivindicar la verdad como la esencia de la persona y la convivencia democrática. A día de hoy -y parece mentira-, decir la verdad se ha convertido en un acto de valentía. No se trata de una verdad utilitaria ni de una herramienta para ganar debates, sino de una forma de justicia. Y, sin embargo, vivimos en una era donde la verdad parece estar siendo reemplazada por la eficacia de la manipulación.
Decir la verdad es ser fiel a la realidad tal como es: con sus matices, causas y consecuencias. No se trata solo de contar hechos, sino de respetar la dignidad de las personas implicadas. Por el contrario, el engaño —sea por ocultación, distorsión o simplificación interesada— convierte la comunicación en un instrumento de dominio. La mentira puede ganar titulares, pero nunca construye comunidad y la polarización social es parte de sus consecuencias.
Estamos viviendo una experiencia que no pasará inadvertida para la historia de España. El juicio al fiscal general, Álvaro Ortiz, ha puesto patas arriba la espina dorsal del estado derecho. El caso, es que la irresponsabilidad del gobierno acusando a los jueces de lawfare, es decir, poniendo entredicho la defensa de la verdad, sitúa a la sociedad a elegir entre los jueces o el criterio de Pedro Sánchez, que se ha apresurado a dictar la inocencia del reo antes de que el juicio acabara. También, una forma de mentira es la manipulación y hacerlo desde tal posición de poder debido a su necesidad personal es de autócratas, ya que su gobierno, su familia y el partido socialista, del que es secretario general, está acorralado por la corrupción.
Esta es la razón por la que, quienes tienen una tribuna pública —políticos, periodistas, intelectuales o líderes religiosos—, deben recordar que la palabra dada es un acto moral y cuando se usa para justificar mentiras o manipular percepciones, se destruye la confianza social. Por el contrario, la verdad fortalece los vínculos, protege a los más débiles y defiende la justicia. En este sentido, la verdad no es una espada para humillar al adversario, sino una forma de asentar en los pilares de la vida social la honestidad, la valentía y la generosidad.
Quizá vivimos uno de los tiempos más aciagos del periodismo, porque desgraciadamente, el periodista -no todos-, se ha convertido en un activista que no informa, solo propaga a un poder fáctico interesado
El fenómeno de la posverdad y a la velocidad que comunican las redes sociales, han creado un ecosistema en el que prima el bulto y el bulo sobre la exactitud. En España, lo hemos visto en campañas electorales, donde un vídeo manipulado circula más rápido que una rectificación, o en debates televisivos, donde las cifras se lanzan sin contrastarse porque saben que nadie lo hará y el espectador lo creerá o no según quién lo haya dicho. Este modo de proceder no solo confunde: hiere el tejido moral de una sociedad que necesita certezas para tomar decisiones responsables.
La verdad exige responsabilidad. En esto, muchos medios de comunicación, algunos de ellos de masas, como las televisiones nacionales, no pueden conformarse con informar, porque son servidores de la realidad y están obligados a verificar y deben rectificar cuando sea necesario, buscando las causas profundas de los hechos. Quizá vivimos uno de los tiempos más aciagos del periodismo, porque desgraciadamente, el periodista -no todos-, se ha convertido en un activista que no informa, solo propaga a un poder fáctico interesado. Como escribió Chesterton, “la prensa libre debe ser aquella que dice la verdad, no aquella que tiene libertad para mentir”.
El deber del periodismo es ser veraz, independiente y responsable. Sin embargo, es frecuente ver cómo las redacciones se pliegan a intereses económicos o ideológicos. Basta observar la disparidad con que algunos medios tratan temas sensibles como la inmigración, la educación o la libertad religiosa. No se trata de exigir uniformidad, sino de reclamar honestidad, especialmente cuando se convierten en correa de transmisión de los intereses partidistas del gobierno, porque la omisión deliberada o la descontextualización de un hecho es también una forma de mentira.
Los lectores, especialmente quienes se orientan por una cosmovisión moral, deben cultivar el discernimiento, es decir, deben contrastar fuentes, distinguir hechos de opiniones y valorar el respeto con que se trata a las personas y trabajar desde un pensamiento crítico sano. No se trata de desconfiar de todo, sino de exigir que la libertad de información camine unida a la verdad y al bien común.
Defender la verdad no es tarea solo de juristas, periodistas o políticos. En la vida diaria, cada palabra, cada conversación, cada publicación en familia o en las redes contribuye a modelar la cultura. Decir la verdad con respeto, evitar el rumor y rectificar cuando uno se equivoca son gestos que construyen una civilización moral. La mentira, aunque parezca inofensiva, es la semilla del cinismo. En un tiempo donde abundan las voces desencontradas, necesitamos menos opinadores y más testigos de la verdad.
La verdad que libera no es frialdad ni dogmatismo, sino compromiso con la justicia, la honestidad y la dignidad humana. En un mundo saturado de información, el auténtico liderazgo consiste en ser faro de claridad, no en repetir consignas. Así, el periodista, el político o el ciudadano que elige la verdad con humildad, contribuye a reconstruir la confianza social porque es una forma de defender el bien común.
Las artes de la mentira política (Ariel), de Jonathan Swift. Con agudeza y una ironía tan precisa como un bisturí, Jonathan Swift retrató los vicios de su tiempo y de la naturaleza humana. Esta antología reúne sus textos más mordaces sobre la mentira política, donde el humor y la amargura se entrelazan para denunciar la corrupción del discurso público. Swift recuerda que hubo un tiempo en que la falsedad aún despertaba vergüenza y no era signo de astucia.
¿Tiene futuro la verdad? (Almuzara), de George Steiner. Por primera vez en la historia, la humanidad se enfrenta a un conflicto esencial entre la búsqueda de la verdad y la supervivencia misma. El afán por descubrir ya no amenaza solo al sabio distraído, sino a la continuidad de nuestra civilización. George Steiner, con su mirada lúcida e irónica, explora cómo la cultura, la filosofía y el arte revelan esa tensión profunda entre conocimiento, justicia y destino humano.
El destronamiento de la verdad (Rialp), de Dietrich von Hildebrand. En estos ensayos, el autor analiza cómo el relativismo, el materialismo o el comunismo han erosionado la noción de verdad al sustituir a Dios por el hombre. Con rigor filosófico, desmonta las falsas promesas de los grandes movimientos del siglo XX y propone restaurar la verdad en su trono: el de la razón iluminada por la fe. Una guía para comprender y sanar el extravío moderno.










