El aquelarre de Glasgow, Conferencia del Clima, de nombre COP26, es de larga duración: se inauguró el domingo 31 de octubre y se extenderá hasta el 12 de noviembre. El aeropuerto de la ciudad escocesa se ha convertido en un peligroso emisor de gases de efecto invernadero, de grandes dimensiones. 

Lo primero, más importante y más grave: lo que nos venden los del cambio climático no es un problema medioambiental, es un credo religioso.

Y la religión ecológica resulta castrante. No hay nada mejor que su primer mandamiento: el ser humano sobra. Como mucho, están dispuestos a contemplarle en paridad de estima con los pájaros y las piedras.

Antes que cuidar el planeta, que el hombre no pase hambre

Y luego está lo que se nos oculta: lo verde no tiene por qué ser eficiente, pero siempre es caro. Sí, puede que sea necesario terminar con el carbón como materia prima para obtener electricidad pero no olvidemos la gran potencia calorífera del carbón, una energía de primer orden, barata y extraordinariamente abundante en el mundo.

Glasgow

Y el petróleo lo mismo, porque genera plástico, un material estupendo que exige menos energía.

Pero volvamos a la filosofía: miren ustedes, antes de cuidar el planeta hay que conseguir que el hombre no pase hambre. Primero la persona, luego la naturaleza, no al revés.

Henchid la tierra y sometedla. La naturaleza sólo me importa porque la necesitarán las nuevas generaciones de humanos

A la religión ecológica se opone el credo cristiano, que en el Génesis ya anuncia el mandato divino: Henchid la tierra y sometedla. La naturaleza sólo me importa y sólo la cuido en tanto en cuanto porque la necesitarán las nuevas generaciones de humanos. 

¡Ah! y la tierra es un planeta, no un señor. 

Un estudio de BoA recuerda que ser más verdes nos costará 5 billones de dólares por año. Y el éxito no está garantizado

Y encima nos ocultan la carestía insoportable de esa lucha contra el cambio climático. El precio de la luz ha subido porque hemos grabado, con derechos de emisión, los combustibles más sólidos y más intensivos. El denostado petróleo nos facilita transporte y plástico, un material estupendo, que precisa menos energía que los metales, por ser menos pesado y la energía nuclear es la más barata, la más intensiva y la más programable de todas.

Luego está el coste de la transición. Un estudio de Banco de América (BoA) recogido por Capital Madrid recuerda que ser más verdes nos costará 5 billones de dólares al año. Y el éxito no está garantizado.