Lo decía el poeta y sacerdote Martín Descalzo en una de sus geniales poesías:

Ahora que estamos solos, Cristo, 
te diré la verdad: Señor, no creo. 
¿Cómo puedo creerme lo que veo 
si la fe es creer lo que no he visto?
 
Si oigo tu voz en mí, ¿cómo resisto? 
¿Cómo puedo buscar si te poseo,
si te mastico, si te saboreo? 
Esta es mi fe: comulgo, luego existo.
 
No tendré que saltar sobre el vacío 
para llegar al borde de tus manos 

o poner en tu pecho en mi cabeza. 

Más dentro estás de mí que lo más mío.

Conozco tu voz más que a mis hermanos. Que es más cierta tu fe que la certeza.

¿En qué consiste el cristianismo? comulgar. Sí con todo lo que ese hecho conlleva, pero sólo eso: comulgar. Todo lo demás viene por añadidura. Por eso, al igual que Julián Marías advertía que lo más preocupante de su época (siglo XX) era, no el aborto, sino la aceptación social del aborto, del siglo XXI podemos decir que aunque la Eucaristía sigue teniendo la misma potencia de antaño, lo más preocupante de nuestro siglo es la desacralización de la Eucaristía.

De esto depende, no ya el futuro de la Iglesia, sino el futuro del mundo y del universo entero

Por cierto, toda la modernidad se basa en el 'Pienso luego existo', del errado René Descartes, que fue quien empezó a liarla, hace ahora 400 años años. En efecto, no debió entronizar el pienso luego existo sino el existo luego pienso, porque todo el enigma filosófico del universo consiste en eso: en que el hombre es un ser creado, que no puede dar razón de su existencia y al que, encima, nadie le pidió permiso para nacer. 

Pero Descalzo dio un paso más: "Comulgo, luego existo". En efecto, "la iglesia vive de la Eucaristía", frase del conservador San Juan Pablo II, sí, pero repetida, en la Exhortación Apostólica postsinodal Querida Amazonia por el progresista Francisco bajo esta formulación: "la Eucaristía hace la iglesia… y no se edifica ninguna comunidad cristiana si esta no tiene su raíz y centro en la celebración de la sagrada Eucaristía".

Les digo más: la desacralización de la Eucaristía, la cantidad de católicos que no creen que en el pan consagrado está Cristo, con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, lleva de rondón a lo que Clive Lewis llamaba "La abolición del hombre". Porque la abolición de la moral supone la desaparición del ser humano como ser pensante y como ser libre. Sí, piénsenlo un minuto: la moral no consiste en una serie de normas de "buen comportamiento", es una cuestión de amor. Consiste en que el hombre, en uso de su libertad, se adhiere al bien y rechaza el mal, es decir, se adhiere al amor. En definitiva, que el hombre pasa a vivir de amor... y la mayor expresión de amor que ha existido en la historia es el amor de Dios por su creatura y la cumbre de ese amor es el anonadamiento de Dios en el regalo eucarístico.

Así que sin Eucaristía, o despreciando la Eucaristía no hay iglesia, ni hay nombre... ni hay humanidad. 

Mejor volvamos a comulgar como es debido.