Me ha encantado el artículo publicado en y por Acción Familia, una asociación católica chilena, con el título “Los moderados y la decadencia de las costumbres”, un resumen brillante del tiempo de hoy.

Apunten estas dos perlas del autor: “A cada nueva osadía de los revolucionarios se estremecen un poco (los cristianos moderados) y se adaptan enseguida, formando la convicción de que las cosas no irán más lejos”. Esta es la psicología del personaje, que diría Wodehouse: tranquilos, chicos, no pasarán de aquí, no perdamos la cabeza o acabaremos en el radicalismo. ¡Qué horror!

Es lo mismo que resumiera Jaime Balmes: el partido conservador es el que conserva la revolución. Los católicos moderados son los que llegan al poder y mantienen las medidas implantadas por los revolucionarios y a los que ellos han votado en contra pensando en los próximos comicios... pero ni un día más allá. Los conservadores se llaman así porque conservan la revolución.

Y observad queridos niños, la profundidad del ‘profeta Balmes’, que ya había definido al Partido Popular un siglo medio antes de que ese naciera en la moderación más estéril que haya forjado la democracia española.

Por lo demás, resulta curioso el rotundo éxito del concepto moderación, tanto en la izquierda como en la derecha políticas y mucho más en el campo moral, porque todo lo bueno que hay en el mundo es radical: el amor, la verdad, la humildad, la sinceridad, la valentía, la coherencia, todo aquello que es radical o no es.

¿Moderación? Todo lo bueno que hay en el mundo es radical: el amor, la verdad, la humildad, la sinceridad, la valentía, la coherencia, todo aquello que es radical o es artificio

Otra perla del artículo: hay que ser moderados en la moderación, lo que nos retrotrae al Mayo Francés, ya saben aquel movimiento sociológico tan profundo nacido del ansia por copular de los adolescentes universitarios de París. Cargaditos de hormonas querían fornicar con las universitarias de Nanterre y para ello se inventaron una ideología, un cataclismo sociológico, un antes y después de mayo del 68. Pero lo que pretendían era lo otro. O sea, igualito que Pablo Iglesias y Juan Carlos Monedero con Podemos. Sólo querían refocilarse y se encontraron con un éxito político bien pagado que se vieron obligados a administrar. 

Lo de “moderados en la moderación” recuerda aquel grito de Dany el Rojo, más bien Dany el rijoso: “Todo es opinable”, con su respuesta anexa: ¡Si todo fuera opinable ya habría algo que no sería opinable: que todo es opinable.

Y todo se resume en las palabras de mi amigo, el historiador Javier Paredes, a quien le he robado la expresión que hace título de este artículo: católicos moderaditos, quizás porque siempre sospeché que alguna razón habría para que moderación y mediocridad comiencen por la misma letra. Altamente significativo.

Algunas almas cándidas aseguran que Paredes es un inquisidor y yo les respondo que tienen razón pero dudo que entiendan qué es un inquisidor.

Para mí, inquisidor no es el obsesionado con criticar a quienes con él caminan, sino un convencido de que el mundo irá exactamente como vaya la Iglesia y no en paralelo. Por eso, el inquisidor honrado se preocupa de que los católicos no se tuerzan y lo que le molestan son los católicos ‘moderaditos’. El inquisidor verdadero sabe, ciertamente, que el enemigo está enfrente pero también sabe, -le llaman confianza en Dios- que ni amigos ni enemigos valen un pimiento y que si Cristo no construye la obra en vano se afanan los constructores. La labor del hombre, en su libertad, consiste en no molestar y en el abandono en manos del Creador.

Y aunque nos cueste aceptarlo, me temo que el argumento del inquisidor resulta inapelable: Paredes acierta.