Santa María de la Almudena, patrona de Madrid, una imagen con una preciosa historia de la época de la morisma y con un himno para recordar.

Pero, sobre todo, Madrid, se ha convertido en la unidad, en la fuerza centrípeta de una España centrífuga. Muy masificada, ciertamente, pero con sabor a unidad. En Madrid nadie se siente forastero, aunque sí puede sentirse sólo entre la multitud.

Aún así, la capital ha demostrado una capacidad de absorción de lo distinto, es decir, la auténtica diversidad, como ningún otra región de España. 

Ahora bien, el problema de España no es el separatismo, al menos, no es el mayor de sus problemas. Las naciones se construyen con un cultura común y cultura viene de culto: Madrid ha sido la capital rectora de España porque también ha sido la capital de la cultura española, que no es otra que cultura cristiana. Ha habido épocas en las que otras regiones cogieron el testigo de trascendencia que perdía la capital pero, a pesar de los pesares, Madrid ha sido la capital más fiel a Cristo de toda España. Insisto, con todas las excepciones que se quieran. 

Y en todo caso, si Madrid funciona, España funciona. A pesar de su caos interno, porque Madrid es grande y todo lo grande es caótico.