En el clásico de Blancanieves, la madrastra joven simboliza la seducción del poder; la vieja, la crueldad del mismo en su estado más puro. Si trasladamos ese cuento a la política actual, Blancanieves es la mujer, la española común; la madrastra joven, que seduce con la idea es Irene Montero (madre de tres hijos); y la madrastra vieja y definitiva, la actual ministra de Igualdad Ana Redondo. Sí, como en el cuento de Blancanieves, la madrastra ofrece una manzana envenenada a las mujeres, y como Blancanieves desconoce, que esa “libertad”, esa manzana envenenada, en realidad mata. Y bajo el disfraz de derecho, el aborto se ha convertido en la mayor maquinaria de destrucción de vidas humanas de nuestra historia reciente, en un genocidio silencioso amparado bajo las leyes verdugo de los gobiernos occidentales.

Su “manzana envenenada”, no es otra que el “supuesto derecho al aborto”, que presentan como progreso, cuando en realidad es la negación del derecho más elemental: la vida. Y me pregunto, ¿cómo puede haber un derecho que niegue el derecho a un tercero?

La ministra Ana Redondo, que gestiona la cartera de Igualdad, después del desastre del denominado “caso de las pulseras”, fue reprobada en el Congreso. Y, sin embargo, al más puro estilo socialista, en vez de asumir su responsabilidad, el Gobierno de Pedro Sánchez, ha manifestado su voluntad de convertir el aborto en un derecho constitucional –siguiendo el ejemplo de Francia–, blindándolo frente a cualquier rectificación futura salvo con una mayoría cualificada. De este modo, la política deja de ser reversible y el crimen se institucionaliza. Constitucionalizar esta aberración, convertiría de facto el aborto en un derecho fundamental, pues de otra manera no lo conseguirían porque la Constitución en sí misma lo niega en el artículo 15: “Todos tienen derecho a la vida y a la integridad física y moral, sin que, en ningún caso, puedan ser sometidos a tortura ni a penas o tratos inhumanos o degradantes”. Es decir, que en realidad es un canto al sol, porque para eso se necesita dos tercios de la cámara, tanto del Congreso como del Senado, para poder alterar la Constitución, y a hoy día no parece que haya cuórum. De hecho, el Partido Popular, cuando se trata del aborto, nunca se sabe, porque el crimen del aborto está asumido por la derecha sociológica, aunque solo sea por rendición, y el PP, el partido que les representa, lo asume al 100%. Sin embargo, en esta ocasión le ha cerrado las puertas al PSOE con su negativa, pero no por conciencia, sino por táctica política. Si no fuera así, José Luis Martínez-Almeida no habrá dado marcha atrás en el Ayuntamiento de Madrid a la propuesta inicialmente aceptada de Vox de avisar a la mujer que acude al abortorio de las consecuencias psicológicas tras un aborto, que las feministas, estupendas negacionistas, se han lanzado a decir que "eso" no existe.

Cuando se trata del aborto, nunca se sabe, porque el crimen del aborto está asumido por la derecha sociológica, aunque solo sea por rendición, y el PP, el partido que les representa, lo asume al 100%. Sin embargo, en esta ocasión le ha cerrado las puertas al PSOE con su negativa, pero no por conciencia, sino por táctica política

Hay que analizar con frialdad lo que supone en realidad esta ley. Como los datos no mienten, muestran rotundamente la monstruosidad que se está perpetrando en España. Según el demógrafo Alejandro Macarrón, en su cuenta de la red social X Renacimiento Demográfico, y también según las cifras del Ministerio de Educación (Informe anual 2024), los niños abortados han sido los siguientes: 

104.000 abortos de mujeres residentes en España en un solo año. Es decir, un 24,6 % de los embarazos han sido abortados, que a la sazón se convierte en el mayor porcentaje de la historia, con 3.000 abortos más que en 2023 (+3 %).

Si a esto sumamos el denominado turismo abortivo, la cifra total alcanza los 106.000 abortos, en España. En fin, nuestro país se ha convertido en el verdadero matadero de referencia en Europa.

Esto supone, que se trata del mínimo histórico de hijos por mujer y el menor número de nacimientos en siglos, mientras que la población aumenta en tan solo 500.000 personas, y además son más del 100 % por inmigración, es decir, que los españoles autóctonos menguan

De esta forma, en 2024, España ostenta un triple récord anti-vida: Máximo porcentaje de embarazos abortados; menor número de hijos por mujer; y el menor número de nacimientos en varios siglos.

Estos datos no son opinión, son hechos oficiales. Cada aborto es una vida humana eliminada, porque la ciencia médica es clara: la vida humana comienza en la fecundación. Desde ese instante existe un nuevo ser con un ADN único e irrepetible, distinto al de su madre y su padre. Y es que el aborto mata, también a la mujer, y por lo tanto a la sociedad.  Negarlo es negar la evidencia biológica, aunque hoy en día, según en qué círculos nos movamos, afirmar las certezas de la ciencia te convierta en negacionista para aquellos que mantienen el relato de los derechos que no son derechos.

Cada aborto es una vida humana eliminada, porque la ciencia médica es clara: la vida humana comienza en la fecundación. Desde ese instante existe un nuevo ser con un ADN único e irrepetible, distinto al de su madre y su padre. Y es que el aborto mata, también a la mujer, y por lo tanto a la sociedad

El valor de la vida no es una cuestión ideológica: es una cuestión de verdaderos derechos humanos fundamentales, que se reconocen porque redundan en el bien común. A diferencia de lo que no son derechos fundamentales, que crea privilegios a pequeños guetos sociales solo interesados en sí mismos. Convertir el aborto en un “derecho constitucional” no lo hace moral ni justo, como no lo fue en su día la esclavitud, el apartheid o el genocidio armenio, por ejemplo.

España debe mirar y reconocer su realidad demográfica y moral. Estamos ante el vaciamiento de una sociedad, la española, cuyo recambio es cultural. Los políticos defienden la inmigración, también la ilegal, como recurso de sustitución demográfico, pero ellos, y todos, sabemos que es hacerse trampas al solitario. Sabemos que esa inmigración masificada, sin cualificación profesional, son un choque cultural impositivo que amenaza a España, a su historia y a su identidad soberana. No hay nada sin querer. El informe Kissinger que endosara Estados Unidos en 1974 a la ONU, marcó la pauta para Occidente y la imposición a países emergentes, y España, desgraciadamente, con los políticos cipayos que tenemos, es su mejor alumno.

Como en Blancanievesla manzana envenenada parece atractiva, pero mata. Y hoy está matando no solo a nuestros hijos, sino también a nuestro futuro como nación. España, debe dejar de suicidarse. Debemos recuperar el respeto a la vida desde la concepción hasta la muerte natural. Porque no hay sociedad viva sin hijos, ni libertad auténtica sin verdad.

España, debe dejar de suicidarse. Debemos recuperar el respeto a la vida desde la concepción hasta la muerte natural. Porque no hay sociedad viva sin hijos, ni libertad auténtica sin verdad

La razón es provida (Ed. Rialp), de Matthieu Lavagna. El aborto, tema espinoso y cargado de tensiones morales, suele evitarse por miedo al debate. Sin embargo, este libro afronta la cuestión con rigor y equilibrio, analizando los argumentos de quienes lo consideran un derecho y de quienes lo ven como una tragedia humana. A través de una reflexión profunda y documentada, invita a pensar con serenidad sobre la vida, la libertad y la responsabilidad.

Los últimos españoles (Sekotia), de Alejandro Macarrón Miguel Platón. España se apaga: nacemos cada vez menos y la inmigración desbordada no es solución. Urge ordenar la inmigración e impulsar la natalidad. Esta obra, rigurosa y documentada, denuncia el declive demográfico y la sustitución poblacional provocando un cambio cultural desde el vientre de las mujeres inmigrantes, demostrando cómo la manipulación ideológica disfraza la realidad bajo lemas como “inclusión” o “sostenibilidad”. Aún hay esperanza: España puede renacer si elige vida, arraigo y futuro.

Bill Gates ¡Reset! (Libros Libres), de Carlos Astiz. Bill Gates, símbolo del llamado “capitalismo filantrópico”, encarna una estrategia globalista que, bajo apariencia humanitaria, busca controlar la demografía mundial. A través de fundaciones y programas sanitarios, promueve políticas de aborto y anticoncepción masiva en nombre del progreso y la igualdad. Como otros magnates —Soros, Zuckerberg o Rockefeller—, impulsa un proyecto de ingeniería social que redefine la vida humana como variable económica, no como valor sagrado.