Existen diferentes tipos de niños: los grandes y los pequeños dormilones. El buen dormir forma parte del aprendizaje global del niño. A dormir se aprende, es una rutina más, aunque muchas veces los horarios de los hijos no coinciden con los de los padres, o bien a los hijos no les gusta dormir tanto como a los padres les parece.

Y es que el que los más pequeños de la casa duerman bien es más importante de lo que parece: puede afectar a su desarrollo neurológico, y recientemente, se ha descubierto que también puede representar un factor para que aparezca la obesidad. Así, los expertos defienden que se debe enseñar a dormir a los niños, fundamentalmente a través de la rutina, y desde que nacen; aunque muchas veces por mucho que los padres lo intenten, cada uno es como es, y puede resultar complicado que un menor descanse sin interrupciones, o como los padres desearían.

“Establecer rutinas contribuye a crear sentimientos de seguridad y permite organizar las situaciones previas al irse a dormir: baño, pijama, cena y cuento”, subraya en este sentido el profesor Leandro Soriano, jefe del Servicio de Pediatría del Hospital Universitario Fundación Jiménez Díaz (Madrid).

El número de tomas en los lactantes y el horario establecido para las comidas influirá en el inicio y mantenimiento del sueño

Según advierte el profesor Soriano, el no establecer una serie de rutinas a la hora de fomentar el sueño en los menores hará que estos previsiblemente duerman peor, e incluso puede llegar a afectar a su desarrollo, tanto físico como intelectual. De hecho, este pediatra ha liderado un estudio que concluye que sobre el grado de obesidad de los niños y adolescentes no sólo influye de forma negativa el sedentarismo, sino también los patrones de sueño más disruptivos.

En este sentido, dice que hay que conocer en profundidad los estilos de vida de los niños con obesidad, ya que en ellos la única intervención eficaz reconocida científicamente para su tratamiento es la modificación de los estilos de vida, donde la alimentación y el ejercicio físico son fundamentales, “pero también lo son los hábitos de sueño y la regularidad de horarios en todas las actividades realizadas".

Por su parte, la doctora Teresa Gavela, que también forma parte del Servicio de Pediatría de la Fundación Jiménez Díaz y del grupo investigador, recuerda que, según el estudio, "en el grado de obesidad, no sólo influye de forma negativa el sedentarismo, sino también los patrones del sueño más disruptivos, siendo un factor de riesgo la disregulación de los horarios de sueño de unos días a otros".

La predisposición de un niño para dormir depende en gran medida de aspectos como la exposición luminosa que reciba y los horarios de alimentación

El sueño debe ser una rutina

Con todo ello, Soriano apuesta por reforzar la rutina a la hora de establecer el sueño desde pequeños ya que, según recuerda, el sueño constituye un ritmo biológico (ritmo vigilia-sueño) y sigue una periodicidad diaria. Aquí destaca que está condicionado por factores externos como la luz, la oscuridad, las normas y los hábitos sociales, aunque dice que también influyen factores internos, como las pérdidas de orina o la temperatura corporal.

Desde los primeros días de vida, Soriano subraya que el niño puede o no adquirir el hábito del sueño, como el de muchos otros también vitales para su desarrollo, pero debe trabajarse en ello.

“La predisposición de un niño para dormir depende en gran medida de la exposición luminosa que reciba, la hora a la que se haya despertado, los horarios de alimentación, la actividad física realizada así como el estímulo social al que esté expuesto antes de iniciar el sueño”, indica la Sociedad Española de Pediatría Extrahospitalaria y Atención Primaria (SEPEAP) en este sentido.

Establecer rutinas contribuye a crear sentimientos de seguridad y permite organizar las situaciones previas al irse a dormir: baño, pijama, cena y cuento

Para ello, entre otros puntos, la sociedad científica ve importante:

1.- MANTENER UNOS HORARIOS: Para lograr una rutina en el sueño conviene acostarlo casi siempre a la misma hora. Esto hará que su ritmo interno le ayude a conciliar el sueño. También a la hora de despertar al niño debemos mantener un horario regular.

2.- ENTORNO ADECUADO: Intentaremos que inicie el sueño en el lugar para dormir. Debe estar aireado, con una temperatura agradable (que no haga frío pero sin calor excesivo). La luz y los ruidos ambientales son importantes estímulos para organizar las actividades correspondientes al día y la noche. Dejaremos que la luz entre en casa por el día para, posteriormente, por la noche, utilizar una iluminación tenue con la que acostumbraremos al niño a la oscuridad. Durante el día no se deben evitar continuamente los ruidos habituales de una casa, pero durante la noche conviene crear un ambiente más relajado y silencioso.

3.- ALIMENTACIÓN: El número de tomas en los lactantes y el horario establecido para las comidas influirá en el inicio y mantenimiento del sueño. El establecimiento de un horario regular, aunque flexible para la alimentación facilitará el patrón estable del sueño en todas las edades.

4.- RUTINA DE INICIO DE SUEÑO: El niño dormirá mejor si mantenemos estables las rutinas previas a dormirse. Debemos intentar crear una sucesión de actos que finalicen dejándolo en la cuna o en la cama para iniciar el sueño. La separación del padre o de la madre puede ser dolorosa, pero el día a día hace que el niño se dé cuenta de que al igual que en otras situaciones, los padres siguen con él. Debemos conseguir que el niño relacione el dormitorio con el sueño. Algunos objetos como un muñeco o una mantita pueden ayudarle en este aprendizaje.

Precisamente, la Sociedad Española de Medicina para la Adolescencia ha distinguido con el primer premio el trabajo ‘Influencia del patrón del sueño y grados de actividad físicas sobre variables antropométricas y composición corporal en niños y adolescentes obesos’, en el que han participado Soriano y Gavela.

Este trabajo busca conocer en profundidad los estilos de vida de los niños con obesidad, que hoy en día afecta a un 18% de menores, un sector de la población vulnerable ante esta patología, y en los que existe un único tratamiento: la modificación de los hábitos hacia un estilo de vida saludable.