Débil con el fuerte y fuerte con el débil, o el lejano. Así se puede resumir la política exterior del Gobierno de Pedro Sánchez que este lunes ha contado con dos episodios concretos. Por un lado, hemos tenido la visita del ministro de Exteriores chino, un tal Wang Yi, que Sánchez ha recibido en La Moncloa, con cara sonriente.

Según la nota del Gobierno, el presidente considera a China un socio estratégico, atención, en la lucha contra el cambio climático, ahora elevado a emergencia climática. Sí, a China, uno de los países más contaminantes -India es otro de ellos- pero al que Sánchez no se atreve a levantar la voz. Motivos tiene y de sobra, por ejemplo, la falta de libertad más elemental o la imposibilidad de las empresas españolas para hacer negocios allí.

Con Rusia, país maldito, no como China, que es amigo y reconocido por su exquisita democracia, todo lo contrario. José Manuel Albares, ministro de Exteriores, ha convocado este lunes al embajador de aquel país por la muerte de Navalny, que considera “totalmente injustificada”. En eso tiene razón Albares, ahora bien, la doble vara de medir entre Rusia y China, no dice nada bueno de la política exterior de Sánchez.

Lo dicho: débil con el fuerte y fuerte con el débil, o el lejano. Por cierto, al parecer Putin está temblando.