Llegan los tiempos de Biden y Kamala… Dios quiera que su reinado sea breve
Ahora que Joe Biden va a hacerse con las llaves de la Casa Blanca, la progresía mediática se ha encargado de recordarnos que EEUU regresa a la senda del progreso y que la Administración de Joe Biden y Kamala Harris devolverá la unidad a EEUU, por medio de una política bipartidista que pondrá fin a la polarización ideológica que arrastra el país. No se engañen, la polarización ideológica no es más que la resistencia a la imposición del pensamiento único. El término política bipartidista que tanto gusta al mundo mediático supuso que, durante décadas, la progresía mundial imponía su ideología anticristiana a través del sectario Partido Demócrata y sin oposición del entonces complaciente Partido Republicano, cuyos acomplejados líderes aceptaban la vulneración de los principios que fundamentaron EEUU. Por este motivo, la polarización de los últimos años es lo mejor que le ha ocurrido a EEUU y al mundo, porque ha supuesto frenar el avance del NOM, precisamente por una serie de eventos que la progresía no pudo prever.
El origen se encuentra en el nacimiento del Tea Party, el movimiento popular que impulsó la defensa de los principios básicos que fundamentaron América y Occidente: la vida, la familia, la libertad y la propiedad privada. Dicho movimiento popular fue la verdadera oposición al gobierno más dañino que ha tenido Estados Unidos, que fue el de Barack Obama. El mismo que supuso el advenimiento del sectarismo progresista en Estados Unidos que ahora se consolidará con la presidencia de Joe Biden. Contra viento y marea y con toda la oposición de las élites políticas, mediáticas y económicas, el Tea Party llevó a los republicanos a reconquistar el Congreso en 2010, solo dos años después de la llegada de Obama a la Casa Blanca y también a recuperar más tarde el Senado y bloquear la agenda liberticida del mesías progre Obama. Y, lo más importante, dicho movimiento no solo frenó el avance imparable del NOM, sino que además el influjo del mismo llevó a la Casa Blanca en 2016 a Donald Trump, un hombre que, sin tener una personalidad especialmente ejemplar, se convirtió durante sus cuatro años de presidencia en el mayor defensor de los valores occidentales y cristianos que ha tenido EEUU. Su gestión económica supuso el mayor crecimiento de la historia reciente del país, llegando al porcentaje más bajo de desempleo desde finales de la Segunda Guerra Mundial y adoptando la mayor rebaja de impuestos de la historia reciente de EEUU, que impulsó el crecimiento y la inversión. En el plano energético, eliminó la dependencia del exterior, al convertir al país en el principal productor de petróleo del mundo gracias al fracking. También se convirtió en el primer presidente estadounidense en no iniciar ningún conflicto bélico en el exterior y en rubricar históricos acuerdos de paz en Oriente Medio, entre Israel y diversas naciones árabes. Gracias también al audaz secretario de Estado, Mike Pompeo, EEUU contuvo el avance de la dictadura comunista china a nivel mundial, con medidas políticas y económicas y no militares. Y en el plano educativo, se fomentó la libertad de elección de los padres a través del impulso sin precedentes del cheque escolar.
Todo ello le valió el incesante acoso mediático y la prédica del odio a su persona por parte de la progresía mundial. La misma que promovió contra él la farsa de la trama rusa, un primer procedimiento de impeachment basado en un testimonio sin corroborar y la utilización de la pandemia como arma arrojadiza. Y sólo han sido capaces de expulsarle por medio de unos comicios en los que las irregularidades han sido tales, que la censura mediática ha desplegado su mayor intensidad impidiendo que se investiguen los graves acontecimientos ocurridos. Y no contentos con ello, ahora pretenden hacer leña del árbol caído, aplicándole un segundo impeachment, cuando ya ha abandonado la Casa Blanca. Todo ello, sin poder defenderse, ya que incluso le han eliminado sus cuentas en redes sociales para poder denunciar el atropello que sufre.
Ahora la pelota está en el tejado del Partido Republicano. Los republicanos deben alejarse del argumentario progre demócrata y convencerse de que su única oportunidad para regresar a la Casa Blanca será la supervivencia del trumpismo, es decir, de la oposición al NOM. El gran problema de los republicanos lo tienen precisamente dentro, con personajes tales como el expresidente George W. Bush, el radical belicista que, al haberse unido al argumentario progresista de la unidad nacional demuestra que los calificativos que le dedicaba la progresía en su momento quizás fueran ciertos, o los candidatos presidenciales republicanos en 2008 y 2012, el actual senador Mitt Romney y el difunto John McCain. Dos individuos patéticos que siempre han buscado el aplauso progre y que deberían recordar que los demócratas a los que tanto admiran, fueron los mismos que destrozaron sus campañas en 2008 y 2012, para encumbrar a Barack Obama. Pero, aún así, ellos seguían tratando de obtener el beneplácito progre… se ve que ello les ha proporcionado grandes réditos. A ninguno de los dos les ayudó precisamente a obtener las llaves de la Casa Blanca… y en el caso de McCain lo único que le garantizó fue un bonito funeral de Estado, organizado por los mismos que en su día se mofaban de él calificándole de anciano senil.
Si los republicanos abandonan a Trump ante la cacería miserable que está sufriendo será su fin político. Seamos más claros, si el impeachment prospera y Trump no puede volver a presentarse a la Casa Blanca, los republicanos nunca volverán a gobernar en EEUU.
Se acerca el momento más peligroso de la historia de EEUU. La llegada de Biden a la presidencia es la mayor amenaza que ha sufrido la primera potencia mundial. Un gobierno rabiosamente radical y sectario, donde el NOM pronto se quitará la careta e impondrá su dictadura sin limitación alguna. Donald Trump pasará a la historia como el hombre que frenó, al menos durante un lapso de tiempo, la implantación del totalitarismo del NOM. Ahora su caída supone el fin de la última barrera de resistencia que quedaba. Se avecinan tiempos difíciles para los defensores de la verdadera esencia de Occidente. El cristianismo que configuró Estados Unidos y que le hizo grande, será perseguido por la Administración Biden-Harris.
Lo peor de todo es que esta abominación de gobierno llega cuando EEUU se enfrenta al enemigo más grande que ha tenido nunca, y si bien en el pasado fue capaz de vencerlo porque creía firmemente en sus valores y principios, ahora bajo la órbita actual del progresismo liberticida autodestructivo, no tendrá nada que le permita afrontar dicha lucha y se convertirá en un mero esclavo de los nuevos amos del mundo. Quizás EEUU, cuando vea más cerca su ocaso, se acuerde de cuan distintas hubieran sido las cosas si Trump hubiera permanecido en la Casa Blanca.
Gracias presidente Trump por sus cuatro años de presidencia, el calvario que se ha visto obligado a sufrir tornará algún día, y si EEUU y Occidente vuelven a los principios que les configuraron, entonces sí será juzgado su legado con el juicio real que se merece. Y no se preocupe, si EEUU no recupera esos principios, sencillamente se desvanecerá al igual que la decrépita Europa que simplemente ve pasar su final sin emoción alguna, porque el progresismo ha vaciado de tal manera a los europeos que no les queda nada por lo que les valga la pena luchar.
Llegan los tiempos de Biden y la dictadura de NOM… Dios quiera que su reinado sea breve.