"El proyecto trasciende a las personas" ha dicho Santiago Abascal para justificar, y despreciar, la salida abrupta de Vox, otra más, del castellano Juan García-Gallardo.

Recuerden: el que fuera vicepresidente de Castilla-León no era más que un católico coherente (si lo prefieren, un hombre coherente con su cultura cristiana, fuera mucho o poco pío), al que, por tanto, la prensa progresista tildó de fascista... en el mejor de los casos.

Las tristes palabras del líder de Vox recuerdan las de Artur Mas, el iniciador del 'Procés', cuando muchos amigos le decían que abandonara la deriva -locura- separatista: "No puedo, el pueblo me lleva, este es un proceso histórico", respondía Artur con la mirada perdida en algún punto del horizonte.

Pues no, señor Abascal, un partido es poca cosa y el proyecto no trasciende a las personas porque lo hacen las personas. Mejor relea la carta de Gallardo y analicen ustedes por qué tantos dirigentes de Vox están abandonándole, justo cuando las encuestas, sin hacer mucha cosa, le están dando los votos refugio de los cientos de miles de españoles que no soportan la atonía pepera.

La suma del PP y Vox, según todas las encuestas, menos el CIS, dan mayoría absoluta, pero en esta España degenerada, no es la derecha la que gana sino el desastre sanchista el que pierde

Además, no cometa usted, señor Abascal, el mismo error que cometiera el PP: tomar al voto cristiano como rehén de su partido. Los católicos coherentes respondieron dejando de al PP e incluso los que le siguieron votando como mal menor lo hacían con la nariz tapada: no le vayan ahora a dejar de votar a usted.

En definitiva, lo que está ocurriendo se defiende rápido: Santiago Abascal se enquista y Vox se descristianiza.

Junto a ello, Feijóo, representante de la derecha pagana española, vuelve a cometer el mismo error del 23-J: aislar a Vox en lugar de aliarse con Vox. Someterse al mentiroso de Sanchez y a ese espectro pedante de Yolanda Díaz para expulsar a Vox, tercer partido más votado, de la Junta Electoral. Es como de chiste: ¿de verdad cree Feijóo que va a recuperar el voto cristiano que se le marchó a Vox?

A ver: la suma del PP y Vox, en todas las encuestas, menos la del CIS, otorga la mayoría absoluta, pero el problema es éste: no es la derecha la que gana sino el desastre sanchista el que pierde.

El voto de centro que decide las elecciones, es el voto de un señor no muy versado en política pero que todavía retiene un porcentaje de sentido común y, por tanto, es consciente del desastre Sánchez, un cáncer en la historia de España. Pero, ojo, no es que esa derecha esté ganando ese voto, sino que el progresismo estúpido de Sánchez lo está perdiendo. Y eso significa algo tremendo: que ese voto es reversible.

Volvamos a Vox. La formación de Abascal, sufre lo que ahora se llama, neciamente, una crisis de valores, que no es otra cosa que el alejamiento de Cristo, algo que también incluye el principio de subsidiariedad y la defensa de la pequela -insisto, pequeña- propiedad privada. Semilla del verdadero liberalismo economico, esa palabra ante la que tiembla el gran ideólogo cuasi-falangista de Vox, Kiko Méndez-Monasterio, un personaje que ha fagocitado a Abascal.

Para comprobar lo que digo, pregúntense cuándo fue la última vez que Abascal hizo una defensa de los principios cristianos básicos: Vida, familia, libertad de enseñanza y bien común. Sí, también este ultimo, porque la expulsión del grupo de todo rasgo de liberalismo (me vienen a la memoria los nombres de Espinosa de los Monteros o del portavoz económico, Rubén Manso) también se remonta a los dos principios antedichos: la defensa de la subsidiariedad del Estado y la defensa de la propiedad privada... pequeña.

Vox sufre lo que ahora se llama, neciamente, una crisis de valores, que no es otra cosa que el alejamiento de Cristo... que también incluye el principio de subsidiariedad y la defensa de la pequeña propiedad privada

Don Santiago, no idolatre usted el proyecto Vox ni desprecie a las persona Vox, mucho menos idolatre a la nación: eso sería caer en el nacionalismo y dar pie a quien le acusa de fascismo, porque el fascismo no es otra cosa que eso: divinizar a la nación. La patria es importante especialmente con Frankenstein en Moncloa, pero no es Dios.

Es curioso: la derecha española siempre se vacía de contenido en sus triunfos; la izquierda, por el contrario, se crece.