Hace veintiséis largos años, y después de 13 de sequía a los que se llamó en política “travesía del desierto”, la derecha ganó unas elecciones consiguiendo la mayoría absoluta. Era 28 de mayo de 1995. Las elecciones fueron a la comunidad de Madrid. En aquel mismo año un amigo gano la presidencia de un país vecino.

Me ha venido a la memoria, al contemplar lo que está pasando en el Partido Popular, entre el presidente del PP y la presidenta de la comunidad de Madrid, reciente vencedora en los comicios del mismo mes de éste año.

Se discute si la presidenta debe ser también la del partido en la comunidad o no, o por lo menos se está poniendo en cuestión. Y en esa memoria se encuentra una reunión política de no muchas personas, a la que tuve la suerte y el honor de asistí, en aquel mes y aquel año.

En aquella reunión, que no era de un partido, pero que si tuvo su influencia, hice la siguiente propuesta: dado que el secretario general, o el presidente, de los dos partidos mayoritarios; después de ganar las elecciones y formar gobierno, una vez terminado su mandato y no continuar siendo presidente del gobierno; tampoco seguía siendo ni secretario general, ni presidente del partido: ¿por qué no renunciar, en el momento de ser investido por el Congreso, a la secretaría general o a la presidencia del partido y ser el presidente de todos los españoles?

De esta forma, aun siendo apoyado por su partido, podría ser libre de conseguir acuerdos de cualquier tipo, recabando apoyos de otras formaciones en asuntos de interés de la nación, y de la administración del estado, sin sentirse condicionado por intereses partidistas, o de mero poder, o permanencia en el cargo.

Durante unos instantes los componentes de la mesa guardaron silencio ante la propuesta. Y habló primero el que estaba a mi derecha: el nuevo presidente o secretario general del partido puede segarle la hierba bajo los pies al presidente del Gobierno. Me quede sorprendido solo ante la formulación del comentario. Y pensé, qué nivel político estamos construyendo en España. Y a continuación habló el de mi izquierda: Tú no serás nunca ni presidente ni secretario general de un partido. Mi contestación salió sin dudarla un momento: yo lo que querría ser es presidente del gobierno. Esta es la anécdota.

¿Cuánto habría cambiado la política, y la democracia, en nuestra nación si la propuesta hubiera salido adelante?

¿Qué importancia tiene que Isabel Díaz Ayuso sea presidenta del PP regional, o sólo se dedique a ser presidenta de todos los madrileños? O ¿por qué el alcalde debe de acumular los cargos de portavoz y presidente del PP regional, además de la alcaldía? El que mucho abraca poco aprieta, dice el refranero español.

¿Qué pasaría si Casado se dedicase a buscar, encontrar y promocionar 16 “Ayusos” más? Regeneraría de verdad el partido, y la democracia, y la vida política de España. Empezaría por ser un gran presidente del PP.

¿Y si Casado gana las  cercanas elecciones, y en las consultas con el Rey le  propone otro nombre que no sea el suyo? Tiene 40 años recién cumplidos. ¿Por qué no puede ser presidente a los 48? ¡Qué gran papel apoyando y controlando a un gobierno, desde el Congreso; y debatiendo con la oposición!

Bueno quizás esto es soñar con que aparezca el verdadero estadista español, que España necesita para volver a ser grande. Porque hasta ahora, en cuarenta y tres años de democracia, ha sido una pena los gobernantes que hemos tenido, de una mediocridad que asusta y que políticamente nos han llevado a la situación que padecemos. Demasiada vanidad, soberbia y envidia; y nula humildad, paciencia y sacrificio. Y esto no va ni del estado de bienestar, ni del cambio climático,… ni de otras cortinas de humo, con las que se ha tapado y se trata de tapar la incompetencia y la nulidad.