Último día de la COP26. Interviene la vicepresidente ecológica, Teresa Ribera, para comunicar al mundo que sería un error incluir a la nuclear y al gas entre las energías verdes.

Se coge antes a un mentiroso que a un cojo. Porque la alusión al gas es absurda: nadie la considera una energía verde porque, en efecto, emite gases de efecto invernadero, una cuarta parte que el carbón pero los emite. Una cosa es que el gas sea necesario y otra bien distinta que sea verde.

Ahora bien, ¿la nuclear? Sus emisiones son absolutamente mínimas, claro que se puede considerar una energía verde. Pero sobre todo, es más barata que la eólica y que la solar (aunque suponga una gran inversión inicial) y es más intensiva, un concepto difícil de entender pero vital para garantizar el suministro, probablemente el concepto más relevante del mundo energético, para no depender de dos elementos igualmente volubles: el sol y el viento. 

Su penoso fracaso como ministra de Energía no le ha hecho reflexionar: continúa en su talibanismo

Y ojo, la esperanza de la energía del futuro, salvo que se avance en el hidrógeno verde, que por ahora es una ruina, es la fusión nuclear o la fisión nuclear avanzada... en cuya investigación llevamos un cuarto de siglo varados, desde que nos volvimos tonti-verdes.

Pero como la señora Ribera es muy orgullosa, de una soberbia inconmensurable, nada más llegar al Ministerio planteó el cierre de las centrales nucleares (siete reactores activos en España). Como, al mismo tiempo, se empeña en decir que la carísima energía verde es la más barata, nos ha llevado a la primera implosión: nos enfrentamos a una crisis energética de carestía, en el doble sentido del término: energía escasa y energía cara. 

Si quieres salvar el medio ambiente, planta árboles y recicla basura pero no condenes a la gente a volver a la caverna

Y que doña Teresa diga esto, dado el precio de la luz que ha alcanzado en España bajo su mandato, dado que Argelia se lava las manos para entregarnos más gas, dado que las inversiones se ralentizan por el coste energético... representa un rasgo de cabezonería altanera, que sólo se explica por el sostenella y no enmendalla: ella nunca se equivoca.

En el entretanto, la señora Ribera ha encabronado a los transportistas, a la industria y a las familias con un precio de la energía por las nubes y encima poniéndose a la cabeza de la llamada energía verde. Pero la culpa es de otros: de las eléctricas, o de Putin o Trump.

Eso sí, al tiempo permite que los fondos especulativoscomo el australiano IFM, intenten trocear las eléctricas españolas pues, en su disparatada visión podemita de la economía, las eléctricas son los enemigos del pueblo, en lugar del Estado, el Gobierno, ella misma, que es el que gana cuando la energía sube, como los bancos ganan cuando suben los tipos de interés. Exactamente igual y por el mismo motivo: la figura matemática del porcentaje. Y sin arriesgar nada, porque, al menos, las eléctricas arriesgan su dinero.

El capitalismo condenó a las familias a servir a los mercados financieros, el socialismo les condenó a servir al Estado, pero el ecologismo les está condenando a servir a la naturaleza, el peor de los tiranos 

Recuerden: al Estado le interesa una energía cara, cuanto más, mejor. 

Emmanuel Macron, que es progre pero no tonto, ha decidido, no sólo no reducir la energía nuclear, sino fabricar nuevos reactores. Es un chico que sabe lo que supone la soberanía energética, no depender de los demás.

Es heredero del señor De Gaulle quien, al contemplar una Francia deprimida tras la II Guerra Mundial, decidió convertirse en una potencia nuclear y acordó con empresarios -o creó empresas públicas, lo mismo me da- y sindicatos la paz social bajo estos parámetros: os proporcionaré, señores de la industria, una energía barata, de origen nuclear. A cambio, ustedes pagarán buenos salarios que me asegurarán la paz social.

Y así se forjó la Francia industrial que tanto envidiamos en este páramo industrial llamado España, condenado al desempleo crónico. 

Pues nada, la orgullosa Teresa Ribera, cuya máxima aspiración en esta vida es convertirse en Greta Thunberg, mantiene la apuesta. Así, el viernes 12 se convirtió en otra indocumentada ecologista pero vivió su minuto de gloria verde. Suplicó a los presentes -como si lo necesitaran- que no se incluyera a la nuclear entre las energías renovables.   

Así podrá vender que ha sido una estrella en Glasgow. Una reunión, la COP26, sobre la que la gente con sentido común suspira -en silencio, para que no le peguen-: ¡Menos mal que ha fracasado!

La ecología imperante, y todas las políticas verdes, están arruinando a la humanidad

Si quieres salvar el medio ambiente, planta árboles y recicla basura pero no obligues a la gente a volver a la caverna. El capitalismo condenó a las familias a servir a los mercados financieros, el socialismo les condenó a servir al Estado, pero el ecologismo les está condenando a servir al planeta, ese planeta que se está convirtiendo en un déspota mucho más cruel que el capitalismo o el comunismo.   

En cualquier caso, la COP26 ha fracasado. ¡Menos mal!