Con las lluvias del domingo y el lunes, en España ha resucitado una palabra que habíamos olvidado desde el lúgubre coronavirus: confinamiento. Se refería a un pueblo de Tarragana, Alcanar, especialmente dañado por el aguacero donde se prohibió salir a sus vecinos. A lo mejor es que no podían pero confinar no es no poder, es ordenar. Y no necesitaron a la Guardia civil: fue Protección Civil quien dio la orden, así, porque yo lo valgo. 

Luego está lo de la señal de alerta, enviada a miles de móviles al mismo tiempo: con una llamada de alarma, otro invento de la lúgubre era del Covid. Al que abajo suscribe le pilló en un tren abarrotado, ya con el personal un tanto mosca por las inciertas y contradictorias noticias sobre la dichosa DANA. Sonido de alarma que por la profusión de móviles entre los presentes, semejó un poderoso ruido de alerta general. 

Pero ya dice el viejo chiste que lo que importa es el espíritu. El espíritu de la reacción oficial frente a la DANA ha ido en clave Sánchez: un anillo para dominarlos a todos y atarlos en la tinieblas.

Para la generación sanchista, la política consiste en amedrentar a la gente. Y si te rebelas no eres un disidente, eres un negacionista

Con las lluvias, ha aparecido de nuevo la palabra 'confinamiento'.

Y las amenazas a la gente, esta vez no en nombre de su salud sino por su seguridad: aviso de Protección civil, que recupera el uso del móvil como instrumento de presión contra el ciudadano.

Para la generación sanchista, la política consiste en amedrentar a la gente. Y si te rebelas no eres un disidente, eres un negacionista. Que, como es sabido... resulta muchísimo peor.