Esta patochada suiza ganó el festival de Eurovisión. Sospecho que no son pocos los convencidos de que hace ya años que con Eurovisión ocurre lo mismo que con aquel torero que llegó a gobernador civil. Cuando un periodista le preguntó cómo se recorría ese proceso, no dudo en responder: Pues ya ve usted, degenerando, degenerando.

Eurovisión lleva tanto tiempo degenerando que ha terminado por convertirse en concurso de rarezas no sé hasta que punto consciente. No es más que satanismo y woke, si lo prefieren, ideología de género en vena. Aquellos a quienes tanta majadería excita su sentido del ridículo, terminan por hablar de la frontal oposición del festival al genocidio israelí, sin duda una cuestión mucho más presentable en sociedad. 

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Cuenta José María Pemán que, en cierta ocasión, llegó a un perdido pueblo andaluz un turista norteamericano, disfrazado de pantalones cortos de lunares una mochila un sombrero mejicano y dos enormes cámaras de fotografía colgando del cuello. Se acercó a un anciano que tocaba el sol sentado cómodamente en una silla y le preguntó.

¿Qué es lo más raro que hay en este pueblo?

A lo que aludido respondió:

-Usted.

Lo mismo podría decirse de Eurovisión. Simplemente observen al ganador del evento y comprueben que el voto popular y el voto del sistema progre no siempre van de la mano. 

En cualquier caso, Pablo Ginés lo explica mucho mejor que yo en Religión en Libertad.

Mi consejo: pase de Eurovisión, ignore el Festival. Le aseguro que la canción ganadora se olvidará en un suspiro, la prueba del algodón de que la música no es lo que mantiene vivo a este concurso zombi.