Asegura Joe Biden que, a lo largo de 20 años, los norteamericanos han formado a 300.000 militares y policías afganos. Para que se hagan una idea, eso es un Ejército que supera al español (125.000 efectivos) con una población de 28 millones de habitantes frente a la española, anclada en los 46 millones de habitantes.

Al parecer, los alumnos de Estados Unidos han sacado poco provecho de sus cursos, dado que en unas pocas semanas los talibanes, sin ningún tipo de formación militar pero con mucho fanatismo y su habitual mala leche han conquistado dos terceras partes del territorio sin apenas resistencia y también han tomado Kabul, la capital.

El error de Occidente, una vez más, consistió en ejecutar la conquista militar pero no la civil. Además, no bastaba con vencer a los afganos, entre otras cosas porque nunca puedes vencer militarmente, no del todo, a quien involucra a la familia y a toda la sociedad civil en la contienda miliar. Que es justamente lo que hacen los musulmanes. Para los islámicos, la guerra es una cuestión de familia.

Había que derrotar a los islámicos fanáticos pero, sobre todo, había que acabar con el islam. Sí, había, insisto, aunque a los finísimos oídos europeos suene hasta raro. Urge cristianizar a los afganos e insisto en que cristianizar y civilizar, es lo mismo. Había que enseñarles, y si es caso obligarles, no sólo a respetar a la mujer y a la infancia, sino a respetar a la autoridad por la fuerza de la razón y no por la razón la fuerza. Había que enseñarles, también, a que la violencia es patrimonio del Estado pero, sobre todo y ante todo, había que enseñarles la misericordia cristiana, que va mucho más allá de la justicia, meramente distributiva, musulmana.

Recuerden la principal distinción entre el cristianismo y el islam: la principal oración del cristiano es el padrenuestro, para el islam, llamar padre a Dios es un blasfemia. Alá crea, Cristo ama. Cristianizar Afganistán sí sería una verdadera injerencia humanitaria.

Ahora, el peligro consiste en abandonar lo poco cristianizado, al menos occidentalizado, de Afganistán en manos de los vengativos talibanes. A cambio, en Kabul se puede recrear el Estado Islámico (Daesh o Isis) de Mosul y, al tiempo, el mayor centro emisor de alucinógenos de todo el planeta, que no en vano la droga constituye el producto estrella de la economía afgana.