Nueva Zelanda, a cuyo frente se encuentra la primera ministra Jacinda Ardern, la más progre de todas las progres, ha decidido prohibir las terapias para la conversión de sexo, con hasta cinco años de prisión.

La verdad es que no son terapias de conversión, sino que se trata de ayudar los homosexuales que vuelvan a la heterosexualidad. Naturalmente, el gay que se acerca a estas terapias lo hace de forma libérrima y las terapias consisten, principalmente, en hablar.

En ese sentido resuenan las palabras de ministro Grande Marlaska, quien nunca ha escondido su homosexualidad:

"Cada uno puede someterse, si lo hace voluntaria y libremente, a esas terapias". Es decir, que a nadie se le obliga a seguirlas.

Sin embargo, mira por dónde, en Nueva Zelanda no sólo critican estas terapias sino que las prohiben, coactivamente, con el Boletín Oficial de Estado. Y amenazan con penas de cárcel de hasta cinco años.

A la progresía nunca le ha gustado la libertad.