Para mí que el próximo premio Princesa de Asturias, en su modalidad de Ciencias Sociales, se lo ha ganado con todo merecimiento la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, por la gran aportación que ha hecho a la Historia al escribir el prólogo del Manifiesto Comunista.

Los historiadores permanecíamos en la ignorancia, sin poder descifrar uno de los grandes enigmas del siglo XIX y por fin la ministra de Trabajo ha dado con la respuesta. Pues resulta que los siervos de Clío estábamos en un sinvivir, al no encontrar la causa del éxito que tuvo entre las mujeres el uso del miriñaque durante el reinado de Isabel II (1833-1868).

Ahora que tanto se persiguen los delitos de odio, como algún juez se lea el Manifiesto Comunista y se de cuenta que ese texto es la quintaesencia del odio y del enfrentamiento...

Y por si acaso hubiera algún lector mal pensado o víctima de los últimos planes de estudio, debo aclarar qué cosa fue el miriñaque, no vaya a ser que alguno llegue a la conclusión de que era lo que no fue.

Por los años anteriores a la mitad del siglo XIX, las señoras acostumbraban a llevar unas cuantas enaguas almidonadas debajo de la falda, hasta que por fin vino a liberarlas de semejante tormento la aparición del miriñaque, que era una estructura de aros de madera o de metal que se ataban a la cintura o le colgaba de los hombros, con el fin de que les ahuecara las faldas.

Hasta ahora lo que sabíamos es que el miriñaque se puso de moda porque lo usaba Eugenia de Montijo, la española emperatriz de Francia por estar casada con Napoleón III (1852-1870), pero esa explicación no acababa de llenar el pozo de nuestra ignorancia, de la que nos ha sacado por fin la ministra comunista del Gobierno de Pedro Sánchez.

Marx y Engels ridiculizaron el amor al prójimo de los cristianos, al definirlo como el “dios milagroso para superar las dificultades de la vida

Yolanda Díaz ha escrito un prólogo a una nueva edición del Manifiesto Comunista, que no sé muy bien quién la pueda comprar, porque en el mercado del libro hay varias ediciones por menos de cinco euros. Por eso hasta ha habido algún mal pensado que se ha atrevido a decir que a lo mejor esta edición con el prólogo de Yolanda Díaz está financiada por el partido, que esperemos que sea el de Yolanda Díaz, y no lo haya pagado el partido de los contribuyentes.

Y ahora lo del gran descubrimiento histórico. En el prólogo, la ministra de Trabajo hace un gran elogio de aquellas mujeres que difundieron el Manifiesto Comunista, llevándolo escondido bajo la falda. Y ahora sí, ahora ya nos cuadra todo y se entiende el éxito de la moda del miriñaque, porque bajo semejante invento cabía el Manifiesto Comunista y hasta la Biblioteca Alejandría entera, si no hubiera sido destruida.

Pero claro, a lo mejor Yolanda Díaz no consigue el próximo Príncipe de Asturias, porque, ahora que tanto se persiguen los delitos de odio, como algún juez se lea el Manifiesto Comunista y se de cuenta que ese texto es la quintaesencia del odio y del enfrentamiento… Así de claro lo dice el texto prologado por Yolanda Díaz: “La historia de toda la sociedad existida hasta ahora, es la historia de la lucha de clases […] Nuestra época la época de la burguesía, se distingue, sin embargo, de las demás por haber simplificado los antagonismos de clase. Toda la sociedad actual se divide cada vez más en dos grandes grupos enemigos, en dos grandes clases directamente opuestas una a otra: la burguesía y el proletariado”.

Bajo el miriñaque, el Manifiesto Comunista 

Marx y Engels ridiculizaron el amor al prójimo de los cristianos, al definirlo como el “dios milagroso para superar las dificultades de la vida”. Era lógico lo que decían si se tiene en cuenta que para ellos la religión es el opio del pueblo, y por lo tanto el amor de los cristianos no es otra cosa que un talismán o un amuleto para tontos supersticiosos.

Años después uno de los dirigentes comunistas más importantes, Anatoli Lunacharski, aclaraba definitivamente lo que un comunista debe pensar del amor y del odio. Esto es lo que decía: “Abajo el amor al prójimo. Lo que hace falta es el odio. Debemos aprender a odiar: es así como llegaremos a conquistar el mundo”. Así es que después de esto se entiende mucho mejor lo de los cien millones de personas que se calcula que han asesinado los comunistas

Anatoli Lunacharski era ucraniano y tras la revolución de 1917 fue nombrado Comisario Popular para la Instrucción Pública. Y en el desempeño de su cargo se atrevió a sentar en banquillo al mismísimo Dios. Créanme que es verdad, porque los comunistas son así de ridículos y de contradictorios, capaces de jugar a alguien que dice que no existe.

Abajo el amor al prójimo. Lo que hace falta es el odio

El juicio al que fue sometido Dios lo realizó Anatoli Lunacharski en el mes de enero de 1918, duró cinco horas y el Comisario comunista puso una Biblia en el banquillo de los acusados. En aquella farsa los fiscales, designados por el partido comunista, describieron los grandes crímenes que Dios había cometido contra la Humanidad y los abogados defensores de Dios, también designados por el partido comunista, alegaron en su defensa que todos esos crímenes eran la consecuencia de los graves desarreglos mentales que Dios padecía. Y como lo de absolver a Dios por su locura, podía ser interpretado como una desviación pequeña burguesa, se le declaró culpable. En consecuencia, al amanecer del día 17 de enero de 1918 un pelotón de fusilamiento disparó unas generosas ráfagas de ametralladoras contra el cielo de Moscú, para cumplir la sentencia de muerte contra Dios.

Al amanecer del día 17 de enero de 1918 un pelotón de fusilamiento disparó unas generosas ráfagas de ametralladoras contra el cielo de Moscú, para cumplir la sentencia de muerte contra Dios

Y a partir de entonces, por su odio contra la fe, los comunistas continuaron asesinando por millones a cuantos se les ocurra hacer una referencia a la divinidad, ya que a su juicio eso es cosa de majaderos y explotadores.

Porque lo científico, progresista y moderno es el comunismo, por lo que no sería de extrañar que la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, cualquier día de estos, nos saque una ley en la que además de exigir la afiliación a la Seguridad Social, examine a los aspirantes a ocupar un puesto de trabajo, para ver si saben de memoria el Manifiesto Comunista, que ella con tanta brillantez ha prologado.

Javier Paredes

Catedrático emérito de Historia Contemporánea a de la Universidad de Alcalá