Lo malo del progresismo, tanto sanchista como redondista -este último conocido ahora como ‘el del barranco’- es que pretende ser epicúreo y estoico al mismo tiempo.

Epicuro creó una escuela filosófica, por tanto religiosa, que es lo que hoy llamaríamos materialismo, y en el siglo XX materialismo práctico. Los epicúreos no creían en Dios o -¿les suena?- consideraban que si Dios existía en nada se preocupaba del hombre, por lo que éste no debía ocuparse de él.

Los estoicos, escuela creada por el tristón Zenón de Citium es lo que hoy llamaríamos ecologistas, tronco filosófico del gran enemigo del cristiano, el panteísmo. Su papisa del momento presente sería la jovial vicepresidenta Teresa Ribera y su alma más venerada Greta Tumberg, que ahora se nos ha hecho vegana.

Los estoicos se guiaban por una concepción determinista y, naturalmente, fatalista de la realidad. O sea, la agenda. Ya saben: todos vamos a morir a corto plazo por contaminación planetaria. El aire se hará irrespirable por la agonía del planeta y, en general, lo que debe usted hacer es tomar una actitud triste y desesperada: no coma carne, no beba vino ni haga cualquier cosa que pueda alegrarle el alma: ¿les suena? 

Recuerden: el padre eterno puso en la existencia a los griegos para enseñarnos toda las celadas existenciales en las que podíamos incurrir y no las repitiéramos en el futuro. Que es lo que hacemos de continuo. Y en positivo, escogió a los judíos para explicarnos lo que teníamos que hacer para realizarnos como persona y como género (género humano, coñes, no eso en lo que Irene está pensando).

Así que no se quejen: Sánchez y Redondo constituyen un manual de vida: hay que evitar lo que ellos hacen y hacer lo que ellos evitan.

Está clarísimo y no podemos desaprovechar esta oportunidad.