Foto de familia del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, con las ministras y ministros de su Gabinete
Progresismo. Es el concepto más querido, tanto por la izquierda como por la derecha moderna. Todos se autocalifican de 'progresistas'.
Ahora bien, el progresismo político se resume así: "Abajo los curas y arribas las faldas". Progresista es aquel que no cree en la verdad, porque la verdad no existe o es inalcanzable. Por eso, le molestan los curas y los católicos que se creen en posesión de la verdad y que, al mismo tiempo, defiende la mayor libertad sexual (que a la hora de la verdad suele quedarse en mera pornografía, pero dejemos eso).
La vida no es progreso, es ritmo
En su aspecto intelectual -por decir algo- progresista es aquel que cree en la modernización, ergo mejora, constante y lineal. Vamos, que está convencido de que el hombre del siglo XXI, por el mero hecho de haber nacido en el siglo XXI, es mejor que el del siglo XX y este que el del siglo XIX. No concibe que la libertad humana produce personas mejores y peores en cualquier época de la historia y que el mañana no tiene por qué ser mejor que el ayer, salvo que hagamos algo para que lo sea.
La vida no es progreso lineal, la vida es ritmo. Lo malo sucede a lo bueno y lo bueno a lo malo, de la misma forma que la primavera sucede al invierno, pero es la misma primavera de un año atrás.
Así que ya saben lo que pienso cuando oigo, por ejemplo, a don Pedro Sánchez, autotitularse progresista, es decir, bonísimo, por contradicción a los conservadores... que son gobiernos malísimos porque no son progres.