• Ni el mismísimo Dios puede perdonar a quien no se ha arrepentido.
  • No conviene confundir el perdón del ofendido con el arrepentimiento del ofensor.
Veo a muchos intelectuales, y clérigos, hablar de la necesidad de perdonar. Incluso acabo de escuchar a un alto dignatario eclesiástico asegurar que tener el corazón cerrado al perdón es peor que un sacrilegio. No digo que no, pues no hay miseria más venenosa entre los enredados en el alma humana que el resentimiento, pero me temo que no radica ahí la confusión. La confusión radica en confundir el perdón del ofendido con el arrepentimiento del ofensor. Y claro, no puede existir lo primero sin lo segundo. Fíjense si será así que ni Dios mismo puede perdonar a quien no se ha arrepentido, porque la trama del perdón, como el de la libertad humana, viaja por el sujeto, no por el objeto. Atención a la segunda variante. La alternativa 'misericordiosa' tampoco sirve. Esta alternativa consiste en perdonar a quien nos ofende por la vía de la devaluación de la norma. Pero eso es misericordia con el hombre, no con el creador de la norma de conducta, es decir, modifica la doctrina en nombre de la misericordia y sólo sirve para crear confusión. Los principios déjalos donde están porque si atenta contra ellos el camino de vuelta siempre está ahí pero sí los cambiamos de lugar no sabremos encontrar el camino aunque lo busquemos. Lo digo para que el año de la misericordia que ahora comienza no se convierta en otra… ceremonia de la confusión. Juan Pablo II decía que no hay paz sin justicia y no hay justicia sin perdón. El problema es que tampoco puede haber perdón sin el arrepentimiento del ofensor (antes llamado pecador). No es que el ofendido, o el Estado, deba castigarle -ésa es otra cuestión- simplemente que no está perdonado, aunque su víctima le perdone. Eulogio López eulogio@hispanidad.com