Sr. Director:

Una de las acepciones con la que el Diccionario de la RAE define el término “rectitud” es: Recta razón o conocimiento práctico de lo que debemos hacer o decir. Cabría preguntarnos si en nuestro modo de ser, de convivir, de trabajar, de … obramos con la seguridad de hacerlo con esa recta razón. Me parece presuponer demasiado. La vida, se suele decir, es compleja; sí, indudablemente. Por eso, este aserto no nos tiene que llevar a una certidumbre permanente, a una actitud indubitable. No es que tampoco, por ello, nos veamos obligados a vivir en un permanente estado de inquietud. Tal sería algo enfermizo. Pero cabe un término justo que es el de tener capacidad, flexibilidad, para saber corregir, rectificar, en el momento apropiado. Y ese momento oportuno puede ser cuando lo advirtamos o cuando nos lo adviertan, y es entonces, especialmente en el segundo supuesto, cuando hemos de mostrar la humildad y la sencillez de aceptar esa sugerencia oportuna, rechazando la pasividad o el miedo al qué dirán: si hay que rectificar se hace sin otros miramientos que el de hacer lo razonable y coherente. Esto puede implicar, a veces, revisar ideas y pensamientos y analizar si son o no del todo tan acertadas como para calificarlas de posturas inamovibles. Es preciso entonces discutirlas en el sentido de contender y alegar razones. Hay facetas de nuestra vida que por diversísimas circunstancias nos invitan a una convivencia permanente y en muy variados foros. Esto nos ha de llevar a vivir con una naturalidad y espontaneidad propias y libres de afectación, es decir, con corrección sincera, de conformidad con las leyes ordinarias y comunes. No hay por qué ser excepcional. Hay que desenvolverse siempre con esa rectitud de intención y sensatez propias de personas cabales y excelentes.