Sr. Director:
Los resultados que arrojaran las urnas, podrían condicionar el futuro de la mayoría de los españoles y de España como país.
Desde la lógica de la racionalidad, en la que no tiene cabida la cerrazón paleolítica del "no, es no", el veredicto de los electores vascos y gallegos podría arrojar un halo de sensatez, como así ha sido.
La mayoría de los españoles, somos personas moderadas que deseamos que nuestra vida se desenvuelva presidida por unas normas de conducta en las que imperen la cordura, la madurez y la responsabilidad.
Me parece que no es pedir mucho.
Ya en la transición, esta vez también con el concurso de la mayoría de los políticos que alumbraron nuestra Carta Magna, dimos pruebas fehacientes de no querer embarcarnos de nuevo en travesías de muy dudoso arribaje. Se eligió el camino del diálogo, la negociación y el entendimiento, conjugando de la mejor manera posible el pluralismo de la sociedad española.
Ese mismo espíritu, por mucho empeño que pongan en darlo por liquidado los advenedizos oportunistas, que como la inmundicia, siempre flotan en las aguas revueltas de las crisis, sigue vigente y preside los deseos de los españoles. Y con los matices que sean necesarios, es lo que las sociedades vasca y gallega, han puesto claramente de manifiesto.
La mayoría de los españoles huimos de las exclusiones, de la intransigencia, de los frentismos, de las soflamas incendiarias nacidas de pasiones desmadradas, porque la historia nos ha enseñado —no a todos— que siempre se recoge lo que se siembra, y ya sabemos por experiencia, que el que siembra viento, cosecha tempestades.
La sociedad española es plural y así se manifiesta en el resultado de las urnas. Por eso los partidos políticos están obligados a construir puentes sobre los que ir a la otra orilla y también volver, sabiendo que volver no implica retroceder.
Pero aquellas personas —denominarles políticos sería denigrar a toda la clase política— que por azar del destino un día alcanzaron un lugar en el Olimpo de los dioses, sabedores de su insolvencia para cumplir dignamente con las altas responsabilidades inherentes al trono en el que los hados les han arrellanado, se aferran al mismo practicando una hosca y tosca obstinación, como única arma del agravio instintivo del que aspira a algo tan grande que jamás había osado soñar; algo tan alto que de buenas a primeras habían puesto frente a sí mismo y para lo íntimamente se sabía no capacitado. Es la reacción visceral, la rabia de promesas nunca cumplidas, de sueños mesiánicos jamás hechos realidad.
No debe ser motivo de satisfacción para nadie el nuevo fracaso cosechado por el partido socialista en las elecciones vascas y gallegas. España necesita una socialdemocracia unida, sólida y con un programa político preciso y claramente definido. Resulta incomprensible para el ciudadano que el partido que más años ha dirigido los destinos de nuestro país, un partido con vocación de gobierno, esté sujeto al albur de los intereses personales de quien en el mismo ostenta accidentalmente el poder.
España y los españoles constituimos una realidad histórica viva, que no puede tener parangón con los deseos o intereses del secretario general o presidente de un partido un partido político, por muy importante que este pueda ser.
En política, es muy grave practicar una política de aislamiento del adversario con el propósito de considerarlo enemigo a liquidar, porque acciones como esta socaban la esencia de la Democracia.
La insólita situación de obsesivo bloqueo al partido ganador de las dos últimas elecciones generales por parte del que las ha perdido estrepitosamente, además de no respetar e intentar forzar la voluntad de la mayoría, imponiendo un heterogéneo ejecutivo formado por el conjunto de perdedores, es propia de quienes quieren imponer su voluntad pese a quien pese y cueste lo que cueste, lo que por sí mismo revela su auténtico carácter democrático. Y si el Secretario General del PSOE está bloqueando desde hace nueve meses la gobernabilidad de España, habiendo perdido elección tras elección consecutivamente y demostrando los votos que su opción produce en cada convocatoria mayor rechazo por parte de su propio electorado, miedo me da imaginar lo que podría hacer si llegase a ser Presidente del Gobierno.
César Valdeolmillos
Las dieciséis mártires carmelitas de Compiègne, guillotinadas en la Revolución Francesa
15/12/24 07:00