Sr. Director:
La pandemia de coronavirus, con la difusión del miedo, ha desvelado mucho sobre lo que se piensa de la vida y de la muerte.
El miedo a morir y el miedo a vivir acaban caminando juntos de forma inevitable. Lo estamos viendo en la pandemia del coronavirus, pero se da en otras muchas situaciones.
Un extremo lo encontramos en aquellos que, bloqueados por el miedo a morir, se encierran para evitar todo riesgo posible. En este caso, es claro como el miedo a morir les lleva a temer vivir. Su vida se convierte en una reclusión, en una especie de huida hacia el interior de la cueva. El miedo a vivir se hace patente en este caso. ¿Vale la pena evitar la muerte si a cambio se renuncia a vivir la vida?
El otro extremo lo encontramos en los que niegan el peligro. El miedo a morir les lleva a rechazar esa posibilidad. Se dicen: “No voy a morir nunca” o “Poco me importa morir”, y desprecian todo tipo de precaución. Descartan la muerte de sus vidas, ignoran lo que ocurre a su alrededor y ponen en peligro a sus semejantes. ¿Puede llamarse vida a ese vivir temerario de espaldas a la muerte? Porque la vida de verdad incluye la muerte, se vive y se muere al mismo tiempo, y por tanto vivir incluye la prudencia, la precaución, la responsabilidad y la generosidad. ¿Vivir en la frivolidad no es una forma de temer la vida verdadera?