La mentira y el terror son los dos recursos que los comunistas utilizan para asaltar el poder y mantenerse en él; a eso es a lo que ellos llaman revolución social. Siempre que los comunistas han puesto en marcha dicha revolución, han encontrado como compañeros de viaje a un sector de los socialistas en su camino hacia la tiranía.

Esta alianza de socialistas y comunistas o Frente Popular al principio se presenta con disimulo, pero llegado un momento se quita la careta y la tiranía enseña su horrible rostro. Mentira y terror, alianza de comunistas y socialistas o Frente Popular…

Fueron los socialistas quienes deslegitimaron la II República, con el golpe de Estado de 1934 y el pucherazo de 1936.

La exaltación de la Segunda República se ha convertido en la gran patraña de la izquierda española. La Segunda República, según socialistas y comunistas, fue el faro de la democracia, que apagó un tirano llamado Franco. Pero el Gobierno de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias viene a empalmar con esa legalidad interrumpida en 1936, la del Frente Popular, rechazada por los que ellos tildan de nostálgicos franquistas; es decir, por todos los que no se doblegan al discurso cultural y político de los socialistas y los comunistas.

Pero la verdad es que fueron los socialistas los que pisotearon la legalidad de la Segunda República con el golpe del Estado de 1934, con el pucherazo electoral de febrero de 1936 que aupó al poder al Frente Popular y desde entonces con las continuas provocaciones para que estallara una guerra civil, que pensaban ganar, hasta que el asesinato del jefe la oposición, José Calvo Sotelo, hizo reaccionar a una parte de España, que se negó a dejarse matar.

La socialista Regina García se encaró con Largo Caballero: "Calvo Sotelo no ha asesinado a nadie".  El Lenin español respondió: "De hecho no, pero con la intención...". 

Cierto que no todos los socialistas son iguales. Regina García García fue una alta dirigente socialista, que formó parte de la delegación obrera española en la Oficina Internacional del Trabajo en Ginebra. Cuando asesinaron a Calvo Sotelo se encaró con Largo Caballero y le dijo:

—“Calvo Sotelo no ha asesinado a nadie. 

A lo que Largo Caballero, el Lenin español, respondió:

—De hecho, no; pero con la intención… En fin, nosotros no lo hemos realizado; nos han quitado de en medio un enemigo peligroso, y no es cosa de querellarnos contra quien nos hace tal servicio. Hay que estar agradecidos a los de Asalto. Entre lo mucho malo que nos han hecho, ha caído esa buena pieza… No sea usted romántica… Los tiempos son duros, Gorki ha sido superado por Lenin”.

Pues bien, una de esas patrañas, utilizada como provocación por la izquierda, a las que antes me he referido, fue el episodio de los caramelos envenenados. El 4 de mayo de 1936 Madrid se volvió a teñir de sangre, hubo más de cien linchamientos y se quemaron colegios católicos e iglesias. Lo de los caramelos envenenados de Madrid era una parte de un plan mayor para España, porque si bien solo son conocidos hasta ahora los sucesos de Madrid, se produjeron también acontecimientos semejantes en otros puntos de España.

“No hay revolución espontánea, que surja como la hierba en el campo”. Eso fue lo que aprendí en una visita que hice a la Universidad de Zaragoza, para hablar con el gran historiador Carlos Corona en 1974. Era yo entonces un estudiante de la Universidad Autónoma de Madrid, donde lo que se nos metía en vena era marxismo; salvo muy pocas excepciones, unos por convicción y otros por hacer carrera, la mayoría de los profesores de mi Facultad de Filosofía y Letras eran más rojos que los pimientos de Tudela.

Me explicaron que el motor de la Historia era el odio, algo que sonaba tan fuerte que me lo camuflaban con el eufemismo de la lucha de clases. Pero yo no me lo creí porque en mi familia y en la catequesis de mi parroquia de San Diego del barrio proletario de Vallecas, había aprendido que era el amor, del que Cristo nos dio ejemplo muriendo en la Cruz, lo que tenía que mover mi vida

Me explicaron que el motor de la Historia era el odio, algo que sonaba tan fuerte que me lo camuflaban con el eufemismo de la lucha de clases. Pero yo no me lo creí porque en mi familia y en la catequesis de mi parroquia de San Diego del barrio proletario de Vallecas había aprendido que era el amor, del que Cristo nos dio ejemplo muriendo en la Cruz, lo que tenía que mover mi vida.

Trataron de inculcarme también que el marxismo era un método científico para hacer historia, porque nos descubría que unas leyes determinantes del comportamiento humano producían no sé que ciclos históricos que desembocaban en una revolución necesaria, que se producía como la lluvia en primavera. Y tampoco me lo creí, porque las leyes necesarias en el actuar humano excluyen la libertad. Además, si la revolución tenía que llegar necesariamente, no entendía yo muy bien porqué los comunistas de mi Facultad se pasaban todo el día conspirando para traer la revolución, que tendría que hacer su aparición sí o sí.

Y por eso me fui a Zaragoza para habar con Don Carlos Corona, para razonar y justificar mi increencia en la revolución espontánea y necesaria de la que me hablaban los marxistas. El profesor Corona había investigado a fondo los motines del siglo XVIII, de los que el más conocido es el motín contra Esquilache. Y tras escuchar el motivo de mi viaje, el profesor Corona me respondió con una frase que desmentía rotundamente la pretendida teoría científica marxista de la revolución. Esto fue lo que me dijo y no se me ha olvidado nunca:

—“¡Mire usted, toda revolución tiene plan, elaboración y objeto!”.

Y vaya que si lo de los caramelos envenenados de mayo de 1936 tuvo plan, elaboración y objeto… Se ha escrito poco y se conocen mal esos desgraciados acontecimientos, de hecho la prensa española de entonces cuando se ocupó de ellos lo hizo para quitar importancia a lo ocurrido o, lo que es peor, para manipular las conciencias. Lo cierto es que hay que recurrir a la prensa de Inglaterra para documentarse. Así es que voy a intentar resumir lo que yo he podido averiguar de lo que entonces ocurrió.

No, lo de los caramelos envenenados no se puede reducir a que un grupo de exaltados e incontrolados en Madrid la emprendió contra unas monjas. Porque lo de los caramelos envenenados fue otro de los intentos fallidos de los socialistas, dos meses y medio antes de que estallara la Guerra Civil, para provocar una revolución general en España.

Lo de los caramelos envenenados fue una persecución contra la Iglesia Católica, concretada en un ataque contra la enseñanza religiosa. Ese era el "objeto", al que se refería Carlos Corona. La enseñanza pública no llegaba a los suburbios, y sin embargo, las órdenes religiosas habían instalado allí sus colegios, desmintiendo con los hechos esa otra mentira generalizada de que los frailes y las monjas en España solo han montado colegios para ricos.

Uno de estos colegios para hijos de obreros lo habían levantado las Hijas de María Auxiliadora, en la calle Villaamil, en el madrileño barrio de Tetuán. Y este colegio fue asaltado, sus monjas torturadas y tras los acontecimientos del 4 de mayo de 1936 ya no se volvió a dar clase en esas aulas de la calle Villaamil, porque el colegio fue incautado por la UGT

En efecto, uno de estos colegios para hijos de obreros lo habían levantado las Hijas de María Auxiliadora, en la calle Villaamil, en el madrileño barrio de Tetuán. Y este colegio fue asaltado, sus monjas torturadas y tras los acontecimientos del 4 de mayo de 1936 ya no se volvió a dar clase en esas aulas de la calle Villaamil, porque el colegio fue incautado por la UGT.

Y ahora veamos el plan y la elaboración de la revolución de los caramelos enevenenados.Los días previos a que se desatara la barbarie se hizo correr el bulo de que las monjas y los frailes, ayudados por las mujeres de Acción Católica, repartían caramelos envenenados a los hijos de los obreros para “acabar con la simiente marxista”, según se escribió textualmente en los panfletos y así decían los oradores en los mítines, uno de cuyos elementos más destacados fue el socialista Wenceslao Carrillo Alonso, diputado por Córdoba y padre del líder comunista Santiago Carrillo Solares. De casta le viene al galgo…

La patraña de los caramelos envenenados fue un ataque contra la Iglesia que tiene muchos parecidos con el bulo de las fuentes envenenadas, que un siglo antes divulgaron las sectas masónicas en Madrid, lo que sirvió de pretexto para asesinar en una sola noche en la capital de España a casi un centenar de frailes el 17 de julio de1834, ante la pasividad cómplice del Gobierno. Algo que se repite en 1936 durante los asaltos y los linchamientos por lo de los caramelos envenenados, en los que las fuerzas del orden no intervienen y en algunos momentos colaboraron con los revolucionarios.

Uno de los oradores que expandió el bulo de los caramelos envenenados fue el socialista Wenceslao Carrillo Alonso, diputado por Córdoba y padre del líder comunista Santiago Carrillo Solares. De casta le viene al galgo…

Plan, elaboración y objeto… En la elaboración, jugó un papel decisivo la propaganda, en cuya utilización la izquierda siempre ha demostrado especial destreza. En 1936, una época en la que la transmisión de noticias corre a la velocidad de los medios de entonces, que nada tiene que ver con las que en la actualidad utilizamos, en muy pocos días la izquierda convenció a la sociedad madrileña de que la capital de España estaba sembrada de caramelos envenenados.

Cundió el pánico hasta tal punto de que fueron numerosas las denuncias en las comisarías de Madrid de personas que llevaron caramelos para que los analizaran por si estuvieran envenenados. Se dio el caso de una buena mujer que al ir por la calle y estar lloviendo, solicitó a otra que iba con un paraguas que la refugiase. La dueña del paraguas le dio cobijo, pero se le quedó mirando porque la refugiada iba chupando un caramelo, y al ver que la miraba, no se le ocurrió otra cosa como signo de agradecimiento por el cobijo que le proporcionaba con el paraguas que ofrecerle un caramelo. Y el gesto fue tan mal interpretado, que aquella mujer, para su desdicha, fue conceptuada como una de las repartidoras de los caramelos envenenados.

A primera hora de la mañana del día 4 de mayo de 1936 las clases comenzaron con toda normalidad en el colegio de la Hijas de María Auxiliadora de la calle Villaamil de Madrid, pero a media mañana informaron a la superiora de que grupos enfurecidos protestaban por la calle porque decían que en la Casa de Socorro próxima al colegio de la calle Villaamil había siete niños muertos, que habían sido envenenados con caramelos.

Inmediatamente la superiora envió a una persona para pedir protección a la Comisaría y a la Guardia Civil. La solicitud cayó en el vacío y los que llegaron al colegio fueron los revolucionarios. Iba a comenzar el martirio de las hijas de Don Bosco, que por falta de espacio se lo tendré que contar el próximo domingo. Lo siento: continuará. 

Javier Paredes

Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá.