Que no, monseñores, que no… Que los mártires del siglo XX no existen, no sigan refiriéndose de ese modo a los españoles que derramaron su sangre por la fe, porque no es verdad. Ayer mismo los obispos de Madrid y Getafe, en activo y eméritos incluidos, han celebrado la apertura del proceso diocesano de beatificación de 140 españoles, a los que han vuelto a etiquetar como “mártires del siglo XX”.

El uso de términos como “mártires del siglo XX” o “mártires de la década de los treinta” empezó siendo insultante contra la verdad y de tanto repetirlo últimamente ha llegado a ser ridículo. Es insultante a la verdad, porque es querer ocultar lo que pasó; y ha llegado a ser ridículo porque es como obligarnos a nuestros años a participar en ese juego infantil de poner y quitar las manos delante de la cara y decir “ahora estoy y ahora no estoy”.

Por muy alto que se esté en el escalafón eclesiástico o civil, quien usa esos términos lo hace por falta de arrojo para decir la verdad, que dicho sea de paso es muy fácil de descubrir, tan sencillo como esto: durante la Segunda República y la Guerra Civil, las izquierdas, socialistas, comunistas y anarquistas, desataron la mayor persecución de todos los tiempos contra la Iglesia Católica, con el objetivo de hacerla desaparecer. Asesinaron a miles de católicos y profanaron y destruyeron los templos. Y si no consiguieron su objetivo fue porque los católicos del bando de Franco se levantaron en armas para defender a la Iglesia y ganaron la guerra.

El secretario general del Partido Comunista Español, José Díaz, declaró en Valencia el 5 de marzo de 1937: “En las provincias en que dominamos, la Iglesia ya no existe. España ha sobrepasado en mucho la obra de los Soviets, porque la Iglesia en España está hoy día aniquilada”

Con todo respeto, señores obispos, prueben a leer en voz alta lo que cabo de escribir en el párrafo anterior y comprobarán que no les pasará nada por decir la verdad. Porque lo del exterminio de la Iglesia a manos de los partidos de izquierdas durante la Segunda República y la Guerra Civil no me lo he sacado de la manga, lo dicen ellos. No había transcurrido un año desde el alzamiento del 18 de julio de 1936, cuando el secretario general del Partido Comunista Español, José Diaz, declaró en Valencia el 5 de marzo de 1937: “En las provincias en que dominamos, la Iglesia ya no existe. España ha sobrepasado en mucho la obra de los Soviets, porque la Iglesia en España está hoy día aniquilada”.

Sin duda, que este acontecimiento es una magnífica ocasión para que los católicos españoles aprendamos del ejemplo de quienes nos han precedido y han dado su vida en defensa de la fe. Entre los 140 nuevos aspirantes a ser proclamados beatos hay sacerdotes y laicos de toda condición. Pero de todos ellos, me ha llamado especialmente la atención un intelectual de la categoría de Rufino Blanco y Sánchez, que entre otros méritos tiene los de ser autor de más de medio centenar de libros, algunos decisivos en el ámbito de su disciplina, ser catedrático de Pedagogía Fundamental (1910-1931) y miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

Rufino Blanco es una figura clave de la historia de la Pedagogía española. Es unos de los grandes representantes de la interpretación cristiana de la educación de los niños, junto con el padre Manjón, Ruiz Amado o el padre Poveda, este último mártir también ya ha sido beatificado. Pues a la concepción cristiana de la educación se opuso la Institución Libre de Enseñanza, cuya fundamentación krausista era contraria a los planteamientos de Rufino Blanco.

Es unos de los grandes representantes de la interpretación cristiana de la educación de los niños, junto con el padre Manjón, Ruiz Amado o el padre Poveda

Son las mismas publicaciones masónicas las que destacan y celebran las coincidencias de la Institución Libre de Enseñanza con la masonería, lo que se detecta en tres puntos. Cito textualmente: “primero, en la asimilación que los krausistas españoles hicieron del pensamiento masónico de Krause; […] en segundo lugar, el primer modelo educativo de la Institución Libre de Enseñanza fue la masónica Universidad Libre de Bruselas, […] y en tercer lugar, muchos hombres importantes ligados a la Institución Libre de Enseñanza pertenecieron a la masonería, […] entre otros, Segismundo Moret, los hermanos Fernández Ferraz, Luis Simarro, Rodolfo Llopis, Fernando de los Ríos”.

Rufino Blanco se doctoró en 1889 en la Facultad de Filosofía y Letras la Universidad Central de Madrid, que así se llamaba entonces y era la única en España donde se podía obtener el grado de doctor. Nuestro protagonista conoció en la Universidad de Madrid a Marcelino Menéndez y Pelayo, que influyó decisivamente en su concepción pedagógica y método e investigación.

Coinciden los autores en afirmar que Rufino Blanco fue el discípulo predilecto de Marcelino Menéndez y Pelayo, por lo que se convirtió también en el blanco de la Institución Libre de Enseñanza y de la masonería. En pocas palabras, el pensamiento pedagógico de Rufino se puede resumir en estas líneas publicadas en su Enciclopedia Pedagógica: “La educación religiosa no es ni puede ser una parte de la educación: es por el contrario, toda la educación del hombre dirigido a Dios como último y supremo fin de todas las cosas”.

Rufino Blanco nunca ocultó su condición de católico y haciendo suyas unas palabras de su maestro Menéndez y Pelayo, escribió : “Católico soy  y como católico afirmo la Providencia, la Revelación, el libre albedrío, la ley moral, bases de toda Historia. Y si, al juzgar ideas, tropiezo con algunas que pugnan con las mías, ¿qué he de hacer sino condenarlas?

Me entusiasma Rufino Blanco porque es confesional, como lo es Hispanidad, el periódico donde publico mis artículos y, por lo tanto, yo también. Por esta razón, Rufino Blanco nunca ocultó su condición de católico y haciendo suyas unas palabras de su maestro Menéndez y Pelayo, escribió : “Católico soy  y como católico afirmo la Providencia, la Revelación, el libre albedrío, la ley moral, bases de toda Historia. Y si, al juzgar ideas, tropiezo con algunas que pugnan con las mías, ¿qué he de hacer sino condenarlas? En reglas de lógica y en ley de hombre honrado y creyente sincero tengo obligación de hacerlo”.

En cuanto a su método de trabajo, también estuvo influido por el ejemplo de Menéndez Pelayo. Ya hemos dicho que Rufino Blanco fue autor de más de cincuenta libros. Su obra cumbre se titula Bibliografía pedagógica de obras escritas en castellano o traducidas a este idioma, con 3.770 referencias de libros editados desde el siglo XIII hasta entonces. Este trabajo le ocupó quince años, en los que investigó en sesenta bibliotecas españolas y extranjeras y fue publicado en cinco gruesos volúmenes.

Por todo lo anterior, sería erróneo deducir que Rufino Blanco fue un ratón escondido entre los libros de las bibliotecas. Nada más falso, Rufino Blanco tuvo una importante participación en la vida pública. Fue colaborador de Germán Gamazo (1898), del marqués de Pidal (1899), de Juan de la Cierva (1905) y de Carlos María Cortezo (1905) en los planes reformistas de la enseñanza, influyendo en la política educativa de algunos gobiernos conservadores durante el reinado de Alfonso XIII. Fue vocal de la Junta Central de Primera Enseñanza (1908), de la Junta para la Extinción del Analfabetismo (1920), de la Junta Central de Derechos Pasivos del Magisterio (1921) y de la Comisión Interministerial de Educación Física (1925) y consejero de Instrucción Pública (1921-1930).

El 2 de octubre de 1936 se presentaron unos milicianos en su casa y se llevaron a Rufino Blanco y a uno de sus hijos, Julián. Días después aparecieron sus cadáveres. Su primógenito, Ramón, acusó de participar en el crimen a uno de los masones más influyentes: el socialista Rodolfo Llopis

En 1903 fundó con Ezequiel Solana la revista Escuela en Acción, que se convirtió en el suplemento pedagógico del periódico El Magisterio Español, del que además de propietario era director. En 1904 se le encomendó la dirección del El Universo, un periódico que en su cabecera se podía leer: “Periódico político católico de la mañana”. Fue vicepresidente de la Asociación de la Prensa de Madrid (1920-1926) y presidente de la Federación de Asociaciones de Prensa de España (1922-1926). Y todavía encontraba tiempo también para enviar artículos al ABC, del que era colaborador y donde firmaba con el pseudónimo “Un crítico de la Alcarria”, haciendo gala del pequeñísimo pueblo de Mantiel (Guadalajara) donde nació en 1861.

Padre de familia ejemplar, se casó en Madrid en 1890 con María Pérez de Camino y Garmendia, con quien tuvo siete hijos: Ramón, María, Julián, José María, Adolfo, Consuelo y Manuel. Sabemos que el primogénito fue ingeniero agrónomo y el tercero redactor del periódico ABC. Rufino Blanco estableció su domicilio en el número 65 de la madrileña calle de Viriato.

El dos de octubre de 1936 se presentaron unos milicianos en su casa y se llevaron a Rufino Blanco y a uno de sus hijos, Julián, que como hemos dicho era redactor del ABC. Su familia no supo dónde se los llevaron y al  día siguiente  encontraron los cadáveres del  padre y del hijo tirados en una cuneta de la carretera de Burgos. Enterraron sus restos en el cementerio de la Almudena, y en 1940 fueron trasladados al panteón familiar de la sacramental de San Justo.

Ramón, el hijo primogénito de Rufino, acusó de ser uno de los participantes en este crimen, precisamente, a uno de los discípulos que había tenido su padre en la Escuela Normal, que muy al contrario de seguir las enseñanzas de Rufino Blanco se había convertido en uno de los masones más influyentes. Se trataba del socialista Rodolfo Llopis, que durante la Guerra Civil fue subsecretario de la Presidencia del Consejo de Ministros presidido por Largo Caballero. Después de la Guerra Civil, en el exilio se convirtió en secretario general del PSOE durante treinta años, desde 1944 a 1974. En el XIII Congreso del PSOE, celebrado en Suresnes en octubre de 1974, Rodolfo Llopis cedió la dirección del socialismo español a Felipe González.

 

Javier Paredes

Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá