Madrid y 30 de mayo de 2019, ya no caben más emociones en mi alma, justo en el momento en que me pongo a escribir este artículo para el próximo domingo, día 2 de junio…

El 30 de mayo se conmemora la festividad de nuestro rey San Fernando (1201-1252), hoy también hace cien años que el rey Alfonso XIII consagró España (1902-1931) al Corazón de Jesús en el Cerro de los Ángeles, además celebramos también hoy la festividad de Santa Juana de Arco (1412-1431) y no hace ni 48 horas que he regresado de Santander, donde he grabado ocho programas de televisión de Marcando el Norte, —comenzarán a emitirse a finales de julio de este año— con la mejor biógrafa de Santa Juana de Arco, que es una religiosa de origen argentino y residente en Francia, llamada Sor Marie de la Sagesse Sequeiros, autora del libro Santa Juana de Arco, reina, virgen y mártir de la editorial Katejon. Sin duda, hasta el momento lo mejor que se ha escrito de la Doncella de Orleans.

Y de remate me llega la noticia de que se acaba de erigir una imagen de 5 de metros de altura de Santa Juana de Arco en San Petersburgo, con la aprobación de Putin.

San Fernando es uno de los reyes de ese grandioso período que se conoce por el nombre de la Cristiandad. Uno de los amigos de mi Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Alcalá, Jaime Contreras, catedrático de Historia Moderna los primeros días de curso sitúa históricamente a sus alumnos precisando conceptos y estableciendo diferencias, porque si la Revolución Francesa transformó a los habitantes del Viejo Continente en ciudadanos, fue porque antes eran cristianos los que integraban una sociedad sacral, cuyo fin era la salvación de sus almas.

No puedo estar más de acuerdo con el profesor Contreras y le secundo, porque lo que él dice yo lo expreso a mi manera, como lo aprendí de ese gran historiador que fue Gonzalo Redondo, que me sigue queriendo desde el Cielo: el fin de la Historia, que es tanto como el fin de cada una de nuestras vidas, no es ni la grandeza de la Corona, ni la fortaleza del Estado, ni la unidad del Partido… ¡El fin de la Historia es que el hombre sea plenamente hombre, que vuelva a Dios, que sea santo! Y si el Estado, la Corona o el Partido no contribuye a ese fin, lo que hay que hacer es modificar el Estado, la Corona o el Partido, pero nunca rebajar, cambiar o suprimir ese fin que nos introduce en la felicidad plena y eterna.

¡El fin de la Historia es que el hombre sea plenamente hombre, que vuelva a Dios, que sea santo! 

Sí, claro que sé lo que algunos de ustedes están pensando de mí por lo que llevo escrito, es verdad… Yo soy un “tradi”, partidario de una sociedad que nos proponga la salvación eterna y, como “tradi” que soy rechazo con las todas las fuerzas de mi alma ese engendro de ideología liberal-progresista que nos ha reducido a ciudadanos, a siervos del impuesto en beneficio y grandeza del Estado, de la Corona y del Partido. E insisto por tercera vez, como San Pedro: ¡Que soy muy, pero que muy “tradi”! Y por eso rechazo con toda mi alma esa ideología que niega que los hombres sean criaturas de Dios, que nos impone una concepción del hombre como ser autónomo y que arranca la trascendencia de nuestras vidas, sin establecer más programa que el de “comamos y bebamos que mañana moriremos”.

Me compadezco y me dan mucha pena todos esos católicos acomplejados y cobardicas, que van por la vida disimulando lo que son y mendigando la limosna de que les llamen modernos; así es que para aliviar su sufrimiento les permito que usen este artículo mío tan “tradi”, para que comparándolo con sus ocurrencias se puedan sentir modernos, demócratas, centristas y hasta progres, si así se quedan satisfechos.

De la Doncella de Orleans estoy prendado por un doble motivo, porque es santa y porque es patriota. Sor María de la Sagesse me tiene enganchado a su biografía de Santa Juan de Arco, que estoy leyendo por segunda vez. El tono general de este libro es buenísimo, tiene varios pasajes extraordinarios y un relato sublime, que justifica uno de los subtítulos de este libro: reina. Porque en efecto, hasta que lo he leído en el libro de Sor Marie de la Sagesse yo desconocía que Santa Juana de Arco hubiera sido reina de Francia y aunque lo fue por muy poco tiempo, su reinado resultó pleno y verdadero.

Sor María de la Sagesse se refiere a esta circunstancia del reinado de Santa Juana de Arco, a la que llama la triple donación de Francia. Lo sucedido está tan documentado que se sabe el día y hasta la hora. Eran las 4 de la tarde del día 21 de junio de 1429, cuando Santa Juana de Arco pidió al rey Carlos VII (1429-1461) que compareciesen los notarios y los escribanos del reino, para que quedara constancia de lo que allí iba a suceder. Una vez todos reunidos en la abadía de Saint-Benoît-sur-Loire, Sor Marie de la Sagesse, con las ricas fuentes que ha utilizado, cuenta así lo que pasó:

“Juana dice a Carlos: Señor ¿me prometéis darme lo que os pediré?

El rey duda, luego consiente.

Juana: Señor, donadme vuestro reino.

El rey, estupefacto, duda de nuevo; pero comprometido por su promesa y subyugado por el influjo sobrenatural de la joven niña, le responde: Juana, os doy mi reino.

Los que aparecen como titulares del poder en este mundo, solo lo son de forma vicaria y como lugartenientes del único rey del Universo

Esto no bastó. La Pucelle exige que sea redactada un acta notarial, firmada por los cuatro secretarios del rey. Luego de lo cual, viéndose este totalmente desconcertado y confundido por lo que había hecho, Juana dice: He aquí al caballero más pobre de Francia, él no tiene nada más.

Poco después, con voz grave, ella se dirigió a los secretarios: Escribid: Juana dona el reino a Jesucristo. Y en seguida: Señores en este momento es Jesucristo quien habla por mí diciendo: YO, SEÑOR ETERNO, DOY FRANCIA AL REY CARLOS.

El marqués de la Franquerie —continúa el relato de Sor Marie de la Sagesse— destaca el importante detalle de que Juana cambiara su voz en el momento en que Jesucristo hablaba por boca suya, justo cuando la doncella, había puesto en sus divinas manos el reino de Francia.

En consecuencia, durante unos minutos Santa Juana de Arco fue verdaderamente reina de Francia, no por matrimonio ni por sus méritos, y durante tan corto tiempo hizo un único acto soberano de gobierno, que consistió en entregar a Jesucristo el reino de Francia. No conozco un acto más sublime y perfecto en toda la Historia política de Europa.

Y nunca como en este acto ha quedado tan claro que el verdadero rey de Francia, y en definitiva del mundo, es Jesucristo. Por lo tanto, queda así reforzado con este acontecimiento la doctrina evangélica del origen divino del poder, según la cual los que aparecen como titulares del poder en este mundo, solo lo son de forma vicaria y como lugartenientes del único rey del Universo.

Javier Paredes
Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá