La palabra más escuchada el pasado lunes en el Congreso de los Diputados fue consenso. Ninguna fuerza política se atreve a negar tan soberano principio. Podríamos fechar el nacimiento del consenso en Rousseau, aunque este desgraciado que obligaba a sus amantes a abandonar a sus hijos a la puerta de la inclusa, seguramente por ratificar lo del buen salvaje- prefería hablar de voluntad general, que no es exactamente lo mismo, porque comporta el respeto a las minorías.
En cualquier caso, Rousseau y otros muchos proponen el contrato social porque la cosa empezó a malearse con el amigo Descartes, que tiene el copyright de la modernidad, aunque él es inocente: ni se imaginaba la que iba a montar. Para resumir, los políticos hablan de consenso porque no creen en la verdad. Y si la verdad no existe, la única manera de no rompernos la crisma es llegar a un consenso aunque se trate de un consenso sobre una memez enorme. ¿Se imaginan ustedes a Zapatero o a Rajoy, encaramados a la tribuna del Congreso de los Diputados para hablar de la Ley Natural o, mucho más sencillo, para decir que hay que hacer esto porque es lo mejor para el Bien Común, porque es verdad o porque es bueno? No se lo imaginan, ¿verdad? Pues ese es el problema.
Por otro lado, uno pensaría que suprimida la verdad, el bien y la belleza, sometidos los tres conceptos a la libertad individual y necesitados por tanto de continuo consenso social y político, y económico, y cultural, y costumbrista- la vida se volvería más triste y aburrida, sin ideales, pero mucho más segura, cómoda y, sobre todo, pacífica, Sin embargo, los dos últimos siglos, los del imperio de la modernidad y racionalismo han resultado ser los más homicidas y sangrientos de toda la historia, más ricos en asesinatos aún considerando el crecimiento de población. En efecto : el sueño de la razón ha producido monstruos.
Y es que no hay nada más útil que el diálogo hacia la verdad, ni nada más tonto, y peligroso, que el diálogo como fin último para distraer los tedios. Es cómo pretender evitar un estallido, a costa de almacenar la pólvora junto a la hoguera.
Pero vivo tranquilo. Tengo el firme convencimiento de que tanto don José Luis como don Mariano han pensado largo y tendido todo lo anterior y en cualquier momento puede llegar el consenso.
Eulogio López