En su despacho estival con el Rey, Zapatero ya anunció que el recorte de infraestructuras era exagerado, que quizás había dinero para algo más. Al día siguiente, el ministro de Fomento, José Blanco, confirmó que había que recortar el recorte y que obras como las del AVE a Cantabria, a la que dos meses antes, en el curso de verano de la Menéndez Pelayo, había despreciado, sí podrán realizarse. El Gobierno tranquilizaba así a Revilla, dispuesto a levantar a los cántabros por la alta velocidad.
Quienes no se quedaban tranquilos eran los inversores: las palabras de Zapatero provocaron la desconfianza de los mercados y el diferencial con el bono alemán aumentó. La imagen de un Gobierno indeciso perjudica a la economía española.
La noticia era buena para las empresas de obra pública, de uñas contra el presidente, del que no acaban de fiarse. Para colmo, estaba previsto que las constructoras acudieran a Moncloa para entrevistarse con Zapatero y negociar cómo recortan el recorte, sin embargo, la reunión ha sido aplazada por un problema en la agenda del presidente.