Sr. Director:
Empiezo por aquí porque no quiero llevar a nadie a engaño. Se está discutiendo el tema del aborto, y me preguntaba por qué la Iglesia está defendiendo la vida de este modo. Si, al fin y al cabo, los niños que mueren en el seno de su madre no cometen pecado y, por tanto, van directos al Cielo, ¿qué empeño tiene la Iglesia en este asunto?
Y me sorprendía ante la única respuesta razonable que encontraba a esa pregunta. El problema no son sólo los niños, sino las madres. La Iglesia es Madre de esos niños, pero también es Madre de esas madres. Y le preocupan esos niños, y esas madres. Si el mayor dolor que puede sufrir una mujer es la muerte de un hijo, ¿qué no será el dolor de una madre que, sin ser consciente de lo que hace (si lo fuera, no hay duda de que no lo haría, ¡antes se dejaría morir ella!), mata a su propio hijo? ¿Cómo no pensar en la madre que, sin saber lo que hace, aconseja a su hija que aborte a su propio nieto? ¿Qué sucede después, cuando son conscientes de lo que han hecho? ¿Cómo se vive la primera ecografía de embarazo después de un aborto? Mi hijo era así, como éste, y lo maté.
A la Iglesia le preocupan esos niños. Y esas madres. Y las madres de esas madres. Bendita sea la Iglesia, Esposa de Cristo, que me espera para abrazarme, aun después de haber matado a mi hijo.
Pilar Fernández Palop
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