Si se confirma (oficialmente no lo ha hecho) el rumor de que los directivos del Abbey recibirán una cantidad millonaria de euros en concepto de su indemnización por su marcha, podrían pintar bastos para Emilio Botín y su equipo. Especialmente, si las cantidades otorgadas no estuvieran prefijadas en los contratos.

En primer lugar, porque todo ello recuerda demasiado al caso Mannesmann, la empresa de telecomunicaciones germana que fue vendida a Vodafone, después de que la multinacional británica pagara una indemnización suculenta al equipo directivo por su marcha. El mismísimo y todopoderoso Joseph Ackermann, presidente del Deutsche Bank, fue encausado por ello y a punto estuvo de verse obligado a dimitir como presidente del primer banco alemán. Y no porque hubiera cobrado, sino porque había permitido el pago.

Si lo piensan un poco es lógico. Si el comprador, u opador, paga una suculenta indemnización al equipo directivo de la entidad comprada, es muy posible que estos se sientan violentamente inclinados a aceptar su oferta, sin reparar en si la oferta es buena o mala para sus accionistas. Lo malo es que los jueces, por el momento, han salvado a Ackermann.

Otrosí: lo del Abbey, insistimos, siempre pendientes de que el Santander aclare si se trata o no de una indemnización prevista con anterioridad, también recuerda al caso Amusátegui-Corcóstegui (nada que ver con la delantera del Athlétic de Bilbao), que se juzga en la Audiencia Nacional: cómo hacerse con el poder en una entidad de 100.000 empleados por el procedimiento de pagar una abultada indemnización (sea en forma de blindaje o de pensión, que a los efectos es lo mismo) a dos personas.