"Amantes, para la gente somos sólo amantes, por no cerrar la vida en un contrato y estar unidos sin estar atados". Eso decía la canción del reconocido pensador Julio Iglesias, en libertaria refriega contra los poderes fácticos reguladores de vidas, haciendas y braguetas. Julio fue el pionero entre quienes reclamaban parejas de hecho, unidas que no atadas, sin la intervención de curas, jueces o alcaldes. La progresía debería levantar un monumento a Julio 'el Liberador'.
Y la Pasionaria. Ella fue la autora de la celebre consigna: "Hijos sí, maridos no". O sea, el amor libre. Natural: Dolores Ibárruri tenía muy mala leche, pero no era tonta. Decretó que los sentimientos tenían que expresarse donde corresponde: en la piltra. Y como no había píldora, había que apechugar con las consecuencias del refocile, el hijo (por otra parte, las futuras levas del Partido), pero no con el maromo yacente o cooperador necesario. Y aquí también era sabia doña Dolores, pues todo el mundo sabe que el primer argumento divorcista sigue siendo el viejo refrán "en la variedad está el gusto". Así, hijos sí, maridos no, y nada de papeles.
¿Qué quieren que les diga? Yo estoy convencido de que Julio y Dolores, Dolores y Julio, a día de hoy, en 2004, votarían lo mismo: centro-reformismo. Dolores sin marido y, a lo mejor, hasta con algún hijo, Julio con muchas mujeres.
Y es que esto es lo que nunca he comprendido: si son parejas de hecho, porque odian los papeles, ¿por qué ahora, veinticinco años después del 'mandamiento Julio Iglesias', la reclamación es la opuesta: ahora las parejas de hecho quieren papeles, burocracia, pólizas, que certifique su relación, que quieren convertir su unión en atadura?
Pero para eso está el centro-reformismo aznariano. Verán, andábamos, como decía ayer Luis Losada, en una trifulca interna del PP. El ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, verdadero hacedor de la política económica del Gobierno Aznar (su gran baza electoral de Mariano Rajoy), hablaba del daño que las parejas de hecho pueden hacer al siempre inestable equilibrio financiero de la Seguridad Social (otro de los grandes logros de Montoro). Pues bien, a los pocos días, sin encomendarse a Dios ni al diablo, y quiero creer que tampoco al Presidente del Gobierno, el ministro de Trabajo y portavoz del Gobierno, Eduardo Zaplana, suelta que el Partido Popular promulgará una Ley de Parejas de Hecho para la próxima legislatura (supuesto el pequeño trámite de que va a arrasar en las próximas elecciones, lo que parece bastante probable, dado la diarrea mental que aqueja a los socialistas). Pero no se llama parejas de hecho, no, sino Ley de Uniones Civiles. A mí esto de los eufemismos de la progresía me chiflan. Supongo que lo de uniones civiles implica que no son militares, como los padres laicos se oponen a los padres-curas.
El caso es ganarse el voto rosa (si el PP gana un solo voto gay, habrá conseguido dos sufragios: el mío también, lo prometo), que de sarasas estamos hablando. Zaplana ha hecho aquí lo de siempre: si quieres sacar adelante un proyecto político que amenaza disidencia interna, lo que tienes que hacer es anunciarlo en prensa.
Al final, nadie sabe en qué consiste lo de 'Uniones Civiles', pero todos están de acuerdo en que será una figura mucho más flexible, dónde vas a parar, que el matrimonio, en materia de compromiso, y que, de paso, dará lugar a la regularización de las uniones entre homosexuales. O sea, más papeles. Ahora mismo, el divorcio entre dos gays que conviven juntos es muy sencillo: se va cada uno por su lado y en paz. Pero, desde el momento en que se regularice su situación, ajajá, habrá que aprobar una ley de divorcio de uniones civiles. Todo esto promete ser muy divertido y creará puestos de trabajo a manta: notarios (interesadísimos), administradores para litigios económicos y funcionarios judiciales. Gracias a los 300 tipos de familias del Partido Popular, todos podremos hacer realidad el sueño de Keynes: si hay 100 obreros en paro, la mitad a cavar hoyos y la otra mitad a rellenarlos.
Y a todo esto, ¿por qué Rajoy y Zaplana (este chico llega a vicepresidente primero con Rajoy, seguro que sí) se meten en estos berenjenales? La razón está en la filosofía, claro está. Todo el problema del Partido Popular, es decir, de las gentes del Partido Popular, consiste en haber abandonado la filosofía realista, esa que puede describirse en el viejo aforismo: las cosas son lo que son. Y es que las cosas son, en efecto, lo que son, no lo que uno cree que son, ni lo que uno piensa que son, ni lo que uno siente que son. Los orientales, mucho más gráficos, decían lo mismo de esta otra forma: el ojo que tu ves no es ojo porque lo veas, es ojo porque te ve. El problema del centro-reformismo tonti-progre de José María Aznar es que, al final, es incapaz de mantenerse en la tesis de que un matrimonio no es más que un señor y una señora que se comprometen a vivir en común para siempre y a criar y educar a sus hijos. A partir de ahí, con esa encomiable atención a los sentimientos, tan loable ellos, pero tan veleidosos, cambiantes y fugaces, el PP considera irresistible el no legalizar cualquier mariconada, si ésta viene ‘exigida' por los adalides de la sociedad mediática. Porque esa es otra: a Juan Español le importa un pimiento las parejas de hechos. Si quiere casarse lo hará; si no quiere, se 'arrejuntará' y hemos terminado.
Y luego están los tontos útiles, es decir, los votantes del PP que avalan en las urnas memeces como las del tándem Rajoy-Zaplana. Y es que el PP tiene, al menos, cuatro tipos de votantes:
1.- Los que les importa un pimiento cualquier tipo de principio, y sólo miran la gestión de las cuentas públicas. Estos son los más lógicos. El PP es un buen gestor.
2.- Los que están directamente afectados por el color del Gobierno. Es decir, aquellos que votan al PP porque quieren mantener su puestos de trabajos o sus intereses comerciales, que resultarían dañados si ascendiera el PSOE. Estos también son muy lógicos. Un voto egoísta, pero lógico.
3.- Los que votan en conciencia, no sólo con el bolsillo, sino también con la cabeza y el corazón. Y se deciden por el Partido Popular, y votan con la nariz tapada. Y de tanto votar el hedor, acaban resultando 'olorosos'. Son los votantes hediondos.
4.- Y hay un último grupo, creo que muy numeroso, que también vota principios y coherencia, pero que está convencido, de hecho quiere estarlo, de que el PP no les engaña, y de que cuando Zaplana habla de ley de uniones civiles les está hablando de cosa distinta a lo que harían los socialistas, gente maliciosa donde los haya. Estos son los tontos útiles del Partido Popular. Y no lo hay sólo entre los votantes, sino también entre sus diputados y senadores, aunque esos suelen pertenecer a los cuatro grupos a la vez. Porque, de otro modo, no se entiende que alguno que yo me sé continúe otorgando, después de ocho años de burla, la coartada moral que Aznar primero, y luego Rajoy, necesitan: ¡Qué obsesión por cerrar la vida en un contrato, no vivir unidos, sino atados! ¡Ah Julio, qué grande sos!
Eulogio López