Dice el diario La Razón que el Plan Ibarretxe es inmoral, ilegal, inviable y disparatado. Los tres últimos adjetivos son ciertos, el primero no. ¿Qué tiene de inmoral pretender que Euskadi es un país distinto a España y que por ello debe tener competencias de política exterior, seguridad, aduanas y lo que haga falta? No, no es inmoral: es ilegal, inviable, disparatado, antihistórico, majadero, impertinente, anacrónico, provocador y un pelín cretino. Y por todo ello la jerarquía eclesiástica no tiene por qué meterse en ello.

¿Es que no se dan cuenta tantos cristianos de que cada vez que se mezclan religión y política, la religión sale perdiendo? Después de mi artículo del pasado lunes 10 sobre la Conferencia Episcopal, insisten varios lectores en que España es producto de la fe cristiana. Muy cierto, Zapatero no se ha enterado de ello, pero es así. Ahora bien, es España producto de la fe cristiana, no la fe cristiana producto de la nación española. E insisto: Dios nunca se deja utilizar como medio; ni tan siquiera para un fin estupendo.

Por otra parte, soy de los convencidos que el señor Ibarretxe y los nacionalistas vascos han brindado con champán hasta el mismísimo Día de Reyes. Nuevamente, han conseguido que todo un país de 43 millones de habitantes gire alrededor de la panda de tontainas que rodena al lehendakari. Es más, aseguraría que en este punto, en contra de los mensajes que circulan por Internet y por los móviles, Zapatero se está comportando con más inteligencia que el Partido Popular respecto al puñetero Plan Ibarretxe. Un vez que el Felipismo y la Zarzuela le advirtieron que estaba jugando con fuego, el presidente del Gobierno, ignorante, insensato y rencoroso, pero con un gran olfato electoral, dio un viraje de 180 grados (Sevilla, 3 de enero) y advirtió a Ibarretxe que le concedería todo el diálogo del mundo, que todo era negociable... pero dentro de la Constitución. Algo parecido a decir que el Plan Ibarretxe en su totalidad, no es negociable. Mucho mejor eso que judicializar la unidad de España o convertir a los nacionalistas en víctimas.

A ver si nos enteramos: El nacionalismo no puede vivir sin portadas de periódicos ni sin pleitos con el enemigo, con Madrid. Llevamos lustros de democracia pendientes de las melonadas de Arzallus, Carod-Rovira, Ibarretxe y demás compañeros mártires. Publicidad gratis para la causa nacionalista, que lo único que no soportaría es esto : que no se les hiciera el menor caso. El lema nacionalista, tanto vasco como catalán, es antes morir que dejar de figurar.

Así que, en ese panorama, ¿qué se le ha perdido a la Iglesia? Absolutamente, nada. La Iglesia tiene que condenar cualquier nacionalismo expresado de forma violenta (y la única violencia que existe no es la física, que conste), pero la Jerarquía no es la defensora de la unidad de España. Esa tarea corresponde a los laicos... que crean en la unidad de España.

¿Es que no se dan cuenta de que muchos periodistas y políticos agnósticos jalean a los obispos tras su última nota? A esa clá, lo que menos le importa es la evangelización, y lo que más la utilización de un documento para conseguir sus objetivos ideológicos, cuando no mercantiles o salariales. ¿Es que no se dan cuenta de que están dividiendo a los cristianos, que muchos nacionalistas son católicos de  corazón, que ambas convicciones no son incoherentes y que lo único que habría que reprocharles es que sus convicciones nacionalistas se antepusieran a su fe? ¿Es tan difícil aceptar que existen españolistas progres, por ejemplo el grupito de La Moncloa, con Zapatero, De la Vega y Barroso al frente, entusiastas de la unidad de España, que han lanzado el más duro ataque, éste sí, contra los valores cristianos que alcanza la memoria? Estoy hablando de españoles tan patriotas que odian a la Iglesia, y que desean la unidad de España con tanto fervor como cualquiera. En efecto, quieren una España descristianizada, desvirtuada, vacía de principios morales (perdón, ahora se llaman valores), tristemente estable y aburridamente tolerante, pero, eso sí, indisolublemente unida. O sea, un verdadero ladrillo, aunque un ladrillo progresista.

Eulogio López