Sr. Director:
Mi amigo tiene la costumbre de visitar a los enfermos en los hospitales. Esta semana entró en la habitación de una mujer mayor. Y no sólo estaba sola, sino que se sentía sola. Sus familiares tenían la vida demasiado ocupada: si puedo iré a verte hoy le repetían.
En un momento dado la mujer miró fijamente la pared: allí había un crucifijo representando al Dolor hecho hombre. En aquella clínica aún no se avergonzaban de mostrar los símbolos religiosos de nuestra fe. Entonces se dirigió a mi amig le he pedido al Señor que me haga compañía.
Cuantas oraciones hayan sido dirigidas a los crucifijos, sólo Dios lo sabe. Qué paradójico resulta su supresión en las escuelas y lugares públicos, buscando relegar lo religioso al ámbito privado, y cómo crece el adoctrinamiento de lo sexual, la esencia más íntima del hombre, en todas partes, hasta en las propias escuelas.
Eva M. Catalán
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