Da gusto como varía la progresía gubernamental. Pero no en España, no, sino en toda Europa. La Unión Europea, el continente que forjó el mundo libre, es ahora el continente menos libre, el más dócil a los mandatos del consenso del políticamente correcto. Porque el consenso es tirano mucho más terrible que la conspiración. De hecho, y cuanto antes, debemos modificar la teoría de la Conspiración y comenzar a hablar de la teoría del consenso.
En la noche del lunes 3 de octubre, los ministros de Asuntos Exteriores de la UE llegaban a un acuerdo : se abre el proceso de negociaciones con Turquía para su entrada en la Unión. Una vez más, el Gobierno español se mostró el más solícito a la incorporación, mientras Austria pasaba por ser la mala de la película. De hecho, austriaco empieza a ser sinónimo de racista y ese tipo de imágenes son muy queridas por la progresía continental: en la tele a la rubia, y hermosa, canciller austriaca, Úrsula Plassnik, a la que, con el correspondiente contrapicado, evoca a una nazi, probablemente sobrina de Adolf Hitler. No sé si han cogido la consigna, pero el mensaje que porta está muy claro : quien se oponga a la entrada de Turquía en la Unión Europea es un racista. Y todo centrado en Austria, porque hubiera quedado mal recordar que, según las encuestas, la principal causa del no francés al Tratado Constitucional europeo fue, precisamente, la tendencia proturca en el seno de la Unión. Se puede tildar a todos los austriacos de nazis, pero hacerlo con los franceses ya sería exagerado.
El secretario de Estado español, Alberto Navarro, no cabía en sí de gozo : el ingreso de Turquía, un gran país, es muy importante para la seguridad de Europa. ¡Pues aviados estamos si la seguridad de Europa depende Turquía! ¡Y aviados estamos si los futuros Estados Unidos de Europa aceptan el ingreso de un país por razone de seguridad y no de identidad! Además, ¿a qué seguridad se refería Navarro? ¿A la seguridad que nos ofrece Turquía, o la inseguridad que nos remite Turquía en el caso de que la rechacemos?
En el entretanto, el fundamentalista islámico, a la sazón primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan (un personaje que no pasará al a historia porque no hay quien recuerde su nombre), amenazaba a Washington con romper el bloque militar occidental, es decir, la OTAN, si no se le admite en la Unión. Porque Turquía es un país fundamentalista, sí, pero utilizado como aeropuerto de combate por el ejército norteamericano y como tapón del fundamentalismo asiático. Es la eterna incongruencia de la política norteamericana: ataco a Iraq porque es un semillero de terroristas pero aplaudo y protejo a Arabia Saudí, que es otro semillero sólo que en este caso amigo- de terroristas islámicos, y no porque Ben Laden les saliera rana, sino por el integrismo reinante en el país.
Erdogan no viste chilaba, sino traje de chaqueta a lo occidental, pero es tan fundamentalista como el rey Abdalá Ben Abdelaziz. Es el mismo personaje que, con soberana displicencia advirtió que no podía concebir que Europa fuera un club cristiano. Los nuevos invasores islámicos son así. En Turquía te juegas la vida, el patrimonio y el honor, si pones en marcha una Iglesia católica. Y hasta la casa de la Virgen, en Kusadasi, centro de peregrinación mundial, está vigilada por todo un retén del ejército turco. Pero, miren ustedes por donde, resulta que a Erdogan no le gusta el exclusivismo cristiano de Europa. A fin de cuentas, la invasión musulmana de Occidente, la nueva invasión, es política y terrorista, no militar, y se está realizando según se esta atentando contra el principio clave de la UE: la reciprocidad. Los islámicos exigen plena libertad para vivir, rezar y trabajar en Europa. Pero a cambio, siguen masacrando a los cristianos, a los que no permiten vivir, ni trabajar (en tal caso invertir) ni rezar.
No hace falta ser nazi para oponerse a la entrada de Turquía en Europa. Bastarían dos razones: La primera que la geografía tiene su importancia, y que Turquía, salvo en una mínima parte de su territorio, siempre disputado a un miembro de la Unión, Grecia, no es Europa, sino Asia.
La segunda razón es que Turquía es una democracia con un Gobierno fundamentalista y tutelada por los militares, un cóctel explosivo. El franquismo tenía más credenciales para el ingreso que Turquía, y no se le admitió por no ser un régimen democrático. Entre Franco y el fundamentalista Erdogan, la libertad se quedaría con Franco.
Pero en el caso español, la entrada de Turquía resulta especialmente preocupante, porque todo el periplo turco va a ser utilizado por el Rey de Maruecos, Mohamed VI, el enemigo más peligroso con el que ahora cuenta España, para propiciar su ingreso en la Unión, uno de los grandes sueños de Mohamed VI, sueño que Zapatero aplaudirá con entusiasmo, porque Zapatero es así. Y si Turquía y Marruecos entran en la Unión, a lo mejor hay que pensar en salirse. Entre otras cosas, porque Europa habría dejado de ser un espacio de libertad.
Eulogio López