Las jubilosas manifestaciones de la colonia cubana en Miami tras conocerse la grave enfermedad de Fidel Castro recuerdan el viejo dicho de que es pecado desear la muerte de alguien pero no que se vaya al cielo. La verdad es que el castrismo es una dictadura que en España siempre ha tenido buena prensa, por el cariño ancestral que el pueblo español siente por Cuba y por el afecto que los cubanos profesan a España. De hecho, la izquierda española siempre ha sido entusiasta defensora de Fidel, quizás porque es el arquetipo de lo antinorteamericano mientras la derecha atacaba al dictador de una manera casi vergonzante, medrosa, y el propio Fidel respondía, insultando sin pudor alguno, a todo líder político español que no fuera de su agrado.
Además, importantes empresas españolas se han comprometido mucho en Cuba. En especial el sector hotelero e inmobiliario con la cadena Sol Meliá como gran abanderado. Otras compañías, como Repsol YPF, han tenido que pagar el impuesto revolucionario de invertir en Cuba para que se les permitiera trabajar en Venezuela. Además, casi todas las inversiones se han hecho bajo las directrices de Fidel, que es comunista pero no tiene un pelo de tonto : la empresa española pagaba el 100% de la inversión pero el Gobierno cubano se reservaba el 50% del capital y una gerencia paralela, que no gerenciaba nada pero actuaba como comisario político en la empresa. Por ejemplo, a la hora de decidir qué cubanos podían trabajar, y quienes no en la compañía.
Naturalmente, el modelo económico cubano ha sido el habitual en tantas dictaduras comunistas: un ejército y una policía potente dotada de todo tipo de medios y un pueblo sumido en la miseria que cobraba entre diez y treinta dólares al mes, con algunas pensiones de cinco dólares y cartilla de racionamiento que no servía para salir del hambre. Y con dos mercados paralelos: el mercado en base dólar para turistas con precios occidentales y el mercado en pesos para indígenas, con precios cubanos pero sin mercancías que comprar. El modelo económico castrista se dibuja en una sencilla imagen: un español se hospeda en un hotel de La Habana, con los mismos lujos y los mismos alimentos que en cualquier hotel occidental. Eso sí, no tiene más que dar la vuelta a la calle para encontrar las tiendas para cubanos: almacenes herrumbrosos donde un camión ha descargado cualquier alimento, generalmente de ínfima calidad y no manufacturado. Una cola de cubanos espera paciente para poderse hacer con una parte de ese botín.
Naturalmente los mejores coches y motocicletas de La Habana los poseen las fuerzas de seguridad. Castro ha convertido Cuba en un país de mendigos, mendigos entrañables que abordan al turista en cualquier punto de la isla. El cubano medio viene de las remesas que vienen del cubano exiliado y del turista que maneja dólares, precisamente la moneda del imperio, en definitiva Castro ha sido un peligro para el mundo libre mientras Moscú dirigía el comunismo mundial pero a quien ha tiranizado ha sido a los cubanos.
Cosa distinta es que la oposición al régimen castrista esté totalmente desunida y enfrentada y que, por tanto la transición hacia la democracia resulte a día de hoy complejísima, por no decir imposible.
Sin embargo, el fin del castrismo sí puede tener una consecuencia positiva inmediata: el populismo hispanoamericano, ahora dirigido y financiado por el venezolano Hugo Chávez y que representa una de las amenazas al mundo libre habrá perdido su mayor referencia ideológica.
Y mientras se abre la transición, España, el mayor inversor económico en Cuba, se ve obligado a mantener una estricta neutralidad en defensa de los intereses económicos de sus empresas. Una actitud a lo don Tancredo que seguramente no agradará a los sucesores del castrismo. La actitud oficial española ante la dictadura cubana queda perfectamente reflejada en las declaraciones de Rodríguez Zapatero : un altruista deseo de que don Fidel recupere la salud. Al parecer es todo lo que España puede ofrecer a la transición cubana.