Rachida Dati, ministra francesa de Justicia, es una profesional de ideal calibre. Por eso, no ha perdido un momento, y cinco días después de alumbrar a su hija, ya estaba currando, o al menos, ya estaba en su despacho, como toda una currante.

Pues muy mal. Lo primero que necesita un niño recién nacido es sentir el roce de su madre, del ser al que lleva unido más de nueve meses. Y someterse a la dura prueba -para la madre, el chaval se lo pasa teta-. Y la propia Rachida necesita, o debería necesitar, estar junto a su hijo, una relación algo más íntima de la que tiene con sus administrados, los casi sesenta millones de franceses. Además, ¿qué es más importante, medrar en el trabajo o hacer feliz a tu hijo, felicidad ajena de la que depende en buena medida la propia?

Pero lo peor es el ejemplo desgraciado que ha proporcionado la ministra de Sarkozy, al tener un hijo en solitario de padre desconocido. A ver si nos entendemos: tener un hijo no es un derecho; si me apuran, más bien resulta una obligación. Pero no nos metamos por esos difíciles caminos. Digamos que una vez que se tiene se asume con el retoño una serie de deberes de los que ha dependiendo la continuidad de la raza humana sobre el planeta tierra (sé que hay muchos progresistas que se oponen pero debemos mantener el objetivo). Entre esos deberes figura el proporcionarle un padre, muy necesario para niños y niñas, según el afamado doctor Sentido común, porque está moda, que no tradición, de reducir al engendrador al papel de semental, no debería aceptarse así como así.

Así que Rachida ha dado un pésimo ejemplo, por muy pronto que se haya incorporado al trabajo. Un hijo no es un derecho, e implica muchos deberes, aunque la señora ministra no se haya enterado.

Eulogio López

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