El siempre original suplemento económico dominical del diario La Vanguardia (Dinero) vuelve para contarnos dos cosas: que ya somos 7.000 millones de seres humanos (¡Qué miedo!) y que el campo ha tenido un verano 'horríbilis'.

¿En qué consiste el desastre del agro español? Pues hombre, porque el 'Diktat' alemán nos ha fastidiado las exportaciones de hortalizas y porque nuestros amigos franceses -no lo hacen con mala intención que conste- se han visto obligados a recuperar su vieja condición de piratas y dedicarse al asalto de camiones cargados con frutas y hortalizas españolas. Pero no se preocupen, en su benéfica tarea han estado siempre escoltados por los gendarmes franceses sin que el Gobierno español haya levantado la voz, con el fin, supongo, de no desestabilizar a los mercados financieros, que son organismos extraordinariamente sensibles, especialmente en su víscera más delicada: el bolsillo.

Pero lo mejor viene ahora. Nos explica Dinero que, consultadas las organizaciones agrarias, lo que proponen es un "sistema de retiradas" controladas de productos de sobreoferta. En plata, que les paguen por no producir, en lugar de por producir pero eso sí, cobrando lo mismo a costa de elevar precios, invento norteamericano y europeo (las 'Farm Act' y la PAC, respectivamente) que nos ha llevado al prólogo de una crisis alimentaria mundial, que me temo puede resultar mucho más grave que la crisis financiera actual: el agricultor occidental deja de sembrar y sacrifica animales a cambio de recibir el mismas retribuciones por menos trabajo, mientras el agricultor del Tercer Mundo no puede competir porque sus Estados no tienen dinero para pagarle lo que deja de producir y no pueden competir con los subvencionados alimentos occidentales.

Preguntado por la presunta sobrepoblación, Benedicto XVI lo ha dejado claro: es inmoral impedir que vengan niños al mundo y, al mismo tiempo, estar tirando alimentos y subvencionando precios… de retirada.

Y es que, si en el mundo sobran alimentos, ¿por qué sobran personas? Y si este planeta puede alimentar a decenas de humanidades, no a 7.000 millones, sino a 70.000, ¿por qué hablamos de sobrepoblación cuando el problema es de sobreproducción?

Es la diferencia que existe entre liberalismo, entendido como protección de la pequeña -he dicho pequeña- propiedad privada y capitalismo (la cosa de los mercados). El liberalismo defiende a los pequeños propietarios que viven gracias a lo que producen y prestan un servicio a sus semejantes con el fruto de su trabajo (en este caso, alimentos). El capitalismo no se preocupa, ni de la producción ni del servicio que presta a la sociedad, sino del precio al que puede colocar el resultado de su actividad -generalmente de mera intermediación- aporte algo a la comunidad o sea parasitario de ésta. Si lo quieren en microeconómico: el empresario es el que produce; el financiero el que compra y vende, lo ya producido por otro.

Y algo similar a lo que ocurre en el campo está sucediendo con la energía: la presión ecologista, culpable en buena parte del asesinato de niños en el seno materno así como de las hambrunas en el mundo, nos está llevando a subvencionar energías carísimas, como la solar y a encarecer el coste energético para todos y, naturalmente, detener el desarrollo del Tercer Mundo.

Por cierto, el mismo autor de la presunta sobrepoblación nos explica que a mediados de siglo el 70% de la población mundial se concentrará en grandes urbes. Ese sí que es un problema. Un planeta desierto y todo el mundo hacinado en macrourbes. Pero se trata de una sobrepoblación no planetaria, sino urbana.

¿Cuál es la solución? Pues, por supuesto, reforzar nuestra vitalidad. No poner trabas ni a tener hijos ni a producir alimentos y energía, las dos claves del crecimiento. O sea, disfrutar de la vida que Dios nos ha dado, y que debe ser disfrutada por cuanta más gente, mejor.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com