Prepararás al mundo para mi segunda venida. Punto 888 del Diario de Santa Faustina. "El silencio es un lenguaje tan poderoso que alcanza al Dios viviente".
Hablar sí, pero también callar cuando se debe, distinguiendo siempre entre prudencia y cobardía. Un detalle, durante la feroz guerra de los Balcanes, Juan Pablo II se empeño en viajar a Sarajevo. El ejército norteamericano que, como siempre, dirigía el cotarro internacional en la zona, desaconsejó la visita: No podemos garantizar la seguridad del Pontífice. Wojtyla respondió -más finamente, lo sé- que le importaba un bledo su seguridad bajo el principio que siempre había aplicado en estos casos: "La vida está en manos de Dios". Pero se topó con la contra-respuesta de un mando militar más agudo que le resto, quien advirtió al Vaticano: Tampoco podemos garantizar la seguridad de quienes vayan a verle. Entonces sí, pospuso el viaje.
En Polonia también había peligro para su vida, pero sería mucho pensar que el Gobierno iba a disparar contra sus propios ciudadanos por ir a escuchar al Pontífice.
Junio de 1979, ocho meses después de su elección. Karol Wojtyla regresa a su patria. El secretario del Partido Comunista Polaco, es decir, el mandamás del país, Eduard Gierek, no puede negar la entrada a un compatriota, pero, al mismo tiempo, necesita tranquilizar al Kremlin. El líder soviético, Leonidas Brèzhnev, el hombre cuyo apellido podía ser escrito de 1.000 formas distintas, señor de la media humanidad, con permiso de los chinos, que aportaban la mitad de los esclavos del Imperio rojo, le recuerda a su colono Gierek que el Papa es "nuestro enemigo", idea que el líder polaco repetirá en una instrucción enviada al aparato represivo de Varsovia. Gierek insiste: no puede evitar que un polaco visite Polonia y su mentor moscovita aconseja: "El Papa es un hombre sensato. Dígale que declare públicamente que no puede venir porque está enfermo". Gierek responde que conoce al ex obispo de Cracovia y Brèzhnev termina por ceder lanzado una advertencia-amenaza: "Se arrepentirán".
Podemos conjeturar que, tras el primer viaje de Juan Pablo II a Polonia, Yuri Andropov, jefe de la KGB, comienza a pensar en la solución final, lo que nos llevará a Alí Agca y a Fátima.
Nueve días pasó Juan Pablo II en Polonia, nueve días que constituyeron una combinación de silencio en la oración y evangelización con la palabra. En aquel lapso el comunismo granítico comenzó a agrietarse hasta parecer mantequilla. Un año después, un electricista de la antigua Gdansk, en el Báltico, llamado Lech Walesa, lanzaría Solidaridad, cuyo credo era la antropología y la teología que Juan Pablo II exhibió en aquel viaje.
¿Qué les dijo Juan Pablo II a los polacos en aquel corto pero intenso periodo En primer lugar, definió al hombre: un hombre es un espíritu abierto a Dios. ¿Qué es Polonia Un país abierto a la revelación de los hijos de Dios. Tres lustros más tarde, Juan Pablo II se 'inventaría' otros cinco misterios del Rosario, los luminosos. El tercero de ellos sería ése: la revelación del Reino de Dios. Los hombres nacen al espíritu cuando abren su corazón al Creador, se realizan cuando descubren y revelan a Cristo.
¿Cómo lo interpretaron ya que quienes le oían eran especialmente los jóvenes Desde luego, no como una lección de teología. Lo hicieron con un grito que supuso el balance de todo el periplo papal: "¡Basta de mentiras!". En efecto, el problema del comunismo no eran sus planteamientos ideológicos sino que, al dar la espalda a Dios, hasta los mejores objetivos se convertían en falsos. Los regímenes marxistas eran un universo montado sobre una grandiosa mentira, mejor, sobre un conjunto de embustes que, bajo pretexto de la solidaridad, hacen perder toda esperanza.
"Dejad que Cristo os encuentre", clamaba el Papa ante sus compatriotas, para terminar explicándoles que sólo debían temer a su propia cobardía, pues Dios no admite la entrega pusilánime: exige el corazón entero.
Y todo ello sin la gravedad del predicador pero con la sonrisa del cómplice.
Durante su primer viaje a Polonia, Juan Pablo II no dejó de bromear con sus compatriotas. Esas carcajadas, descolocaron a los muy serios comunistas polacos, que sabían reaccionar frente a una agresión pero no frente a una sonrisa: no habían sido entrenados para ello.
Pero Karol Wojtyla conocía a los suyos: sabedor el Pontífice de que el Régimen anhelaba cualquier incidente que pudiera calificarse de provocación, Juan Pablo II se dirigió a la multitud presente en una de las convocatorias aduciendo que no podría leer el discurso que llevaba preparado porque se había quedado afónico pero que estaba dispuesto a "improvisar en polaco". El ambiente se destensó al momento e hizo, en efecto, justamente eso: improvisar en polaco.
Porque el silencio es un lenguaje poderoso. Pero hay que entenderlo.