El presidente de la CEOE, Gerardo Díaz Ferrán, afirma que el Salario Mínimo Interprofesional (SMI) debería desaparecer. Es lógico, el señor Díaz Ferrán hace mucho tiempo que dejó de cobrar el salario mínimo y como buen multimillonario, don Gerardo no quiere que el Estado le diga el mínimo -máximo no hay- que tiene que pagar a sus miles de trabajadores de Marsans. Air Comet o Aerolíneas Argentinas.

El SMI, insistimos, ha sido la mejor idea del siglo XX en eso que llamamos "justicia social" -y de la que nos hemos olvidado en el siglo XXI-. Y la mejor medida económica del Gobierno Zapatero durante la pasada legislatura ha sido elevarlo de 400 a 600 euros, de la misma forma que ahora pretende elevarlo a 800. Poco me parece, pero indeciblemente más generoso que el PP de Aznar. El SMI empuja al alza toda la escala salarial. Lo de Díaz Ferrán está claro: "Ven aquí, pobretón, compartamos tu pollo en tiempo de crisis". Yo necesito todos los míos para asegurar un crecimiento económico sostenido. Porque claro, para mejorar la productividad a costa de los salarios no hay que ser empresarios: basta con ser un caradura.

Desde Frankfurt, un sitio donde hace mucho frío, el presidente del Banco Central Europeo, Jean-Claude Trichet, insiste en la necesaria moderación salarial, porque la hidra inflacionista acecha. Sin embargo, al señor Trichet no se le ha ocurrido pedir una rebaja de las rentas empresariales, que crecen al 20% frente al 3% de las rentas salariales, o no sugiere que se grave las rentas de capital aunque, hasta el cuarto trimestre de 2007, llevaban un cuatrienio creciendo al 30% anual. No, según el muy honorable presidente del BCE los que tienen que apretarse el cinturón son los que no tienen cinturón: los asalariados.

En Estado Unidos, el hombre de la Reserva Federal, Ben Bernanke, asegura que es necesario salvar al sistema financiero, es decir, a los que han provocado la crisis, porque claro, los mercados no pueden derrumbarse. Lo hace por el pueblo. Y es muy cierto, los ahorros del pueblo, en forma de fondos de inversión y planes de pensiones, por una especie de locura colectiva de la modernidad, están invertidos en bolsa. De esta forma, el especulador siempre amenaza con lo mismo: ojo, si los mercados se caen, se caen los ahorros de las familias. Bernanke, nuevamente, confunde al Sistema con los intermediarios y al pueblo con los especuladores. O nos los confunde y ha decidido salvar al especulador. Probablemente, la peor noticia económica en lo que va de siglo haya sido que el sector público norteamericano se haya involucrado en el salvamento del Bear Stearns, al modo Banesto, con dinero público donado a un banco privado. Es decir, los particulares ponen dinero de su bolsillo para salvar una entidad que se había dedicado a especular.

Además, de qué nos sirve la transparencia que solicita Bernanke. Estamos viviendo la primera crisis sistémica por exceso de especulación del siglo XXI, tras el siglo más especulativo de la historia, que fue el anterior. Y al especulador lo único que le preocupa es que le castigues el bolsillo. Así, hasta que no se grave las operaciones especulativas -más el mercado secundario que el primario, más la inversión fugaz que la realizada a largo plazo- seguiremos teniendo una crisis tras otra, con mayor o menor efecto sobre la economía real. No es casualidad que esta crisis haya afectado a los países ricos más que a los pobres -aunque por el momento, claro está-: es Occidente la controlada por los mercados financieros, donde la especulación campa a sus anchas.  

Por decirlo con una imagen: ha pasado el tiempo en que La Casa Blanca estaba controlada por el Pentágono, ahora lo está por Wall Street.  

Pero no se preocupen, si alguien pretende contrariar a Ferrán, Trichet o Bernanke será tachado de nesciente en la muy abstrusa ciencia económica.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com