Esto de la castración para pederastas que propone Nicolás, el honorable Sarkozy, me recuerda el viejo chiste del asilo. Dos ancianos comentan en el salón:
-Oye Dimas, ¿tú te acuerdas de aquel famoso bromuro que nos daban en la mili, para que no… ya sabes?
-Vaya si me acuerdo. ¿Y qué pasa con ello?
-Pues que yo creo que ya me está empezando a hacer efecto.
La verdad es que eso de castrar a los pedófilos representa la lógica del universo: ¿Con qué se hace sexo, o marranadas imitadoras del sexo? Con los éstos: cortémosles los éstos al abusador de niños y problema arreglado. Insisto, la inferencia resulta irrefutable.
Ahora bien, es más fácil inutilizar los éstos que cortarlos, y en cualquier caso, estaríamos ante una castración, no química, sino más bien física. Para más información consulten a los islámicos especialistas en serrallos.
Quizás por ello, el forense José Cabrera, entrevistado en La Gaceta de los Negocios (martes 28), nos recuerda la evidencia, eso que nunca queremos ver: "La castración química es un invento utilizado por periodistas y políticos para definir lo que sería la inhibición de la líbido por medios químicos". Es decir, el bromuro. Un método eficacísimo a los 70 años si se empieza a administrar a los 18, mientras se cumple el servicio militar.
Entrevista a destacar por una segunda cuestión. Sarkozy ofrece una solución quirúrgica a un problema moral, que es la eterna confusión a la que ya hemos aludido hasta aburrir al lector de Hispanidad: la moral no es higiene como se pensaba hace 50 años, pero tampoco es una cuestión sanitaria. Escuchemos de qué forma el doctor Cabrera define al pederasta: "Es el sujeto que posee una perversión sexual que le obliga a buscar a niños para sus satisfacción". A ver, analicemos la cuestión: las enfermedades se sufren, porque las patologías proceden del exterior, mientras que las perversiones son, como siempre ocurre con la moral, patrimonio personalísimo: se es un pervertido porque uno se lo ha buscado. Lo mismo podemos decir de la homosexualidad (recordemos que el pederasta es homosexual, siempre busca niños, no niñas): no es una libre opción homosexual, tampoco una tendencia irresistible: todas las tendencias, precisamente porque están en el campo de la homosexualidad, son producto de la libertad personal, son resistibles y encauzables, salvo, quizás, cuando se han apoderado de la persona. Aun así, siempre hay esperanza.
Ahora bien, el pequeño problema que nos asola es que no creemos en la moral, ni aceptamos que existan verdades absolutas. De hecho sí lo aceptamos, claro, y a cada momento, pero teorizamos sobe su inexistencia: la moral es cosa de los curas, de los tiempos de la caverna. Así hablamos… hasta que nos encontramos con algo que no sólo golpea nuestras conciencias, sino también nuestros estómagos: por ejemplo, la pederastia. Entonces gritamos: ¡Castración, castración!, sin haber reparado en las estaciones intermedias. Por ejemplo, que sexualmente no todo está permitido. O mejor, que todo está permitido pero la infracción de la ley natural, de la ley moral, se paga al mismo o más elevado precio que la violación de las leyes de la naturaleza: somos libres para tirarnos por un barranco, pero, si lo hacemos, no somos libres para evitar que nos despanzurremos en el fondo del barranco. Del mismo modo, somos libres para practicar la más profunda libertad sexual. Ahora bien, luego no nos quejemos cuando el libertinaje sexual llega a la sodomía, y luego a la pedofilia (supongo que el siguiente mojón es el incesto, luego la zoofilia y por último la necrofilia). Todo ello de lo más inmoral, pero, sobre todo, de lo más antiestomacal.
Piénsenlo, porque los pederastas hace tiempo que lo vienen pensando: si la libertad sexual no tiene límites: ¿por qué había de ser mala la pedofilia? E insisto: los pederastas lo cuentan en Internet: siempre dicen que a los niños les gusta.
Pero el asunto sigue siendo el mismo: si el sexo nada tiene que ver con el amor, si el compromiso no es para toda la vida, si sexo y procreación son dos entidades distintas, si la homosexualidad no es una degradación sino una libre opción sexual… ¿Por qué iba a ser mala la pedofilia, el incesto, la zoofilia o la necrofilia?
El mundo cambia desde el momento en que alguien dice: yo soy el que decide lo que está bien y lo que está mal. En ese momento, se libra de las normas morales y pasa a ser esclavo de sus caprichos… o de los caprichos de los demás.
Eulogio López