La homilía es del 2002, pero de plena actualidad. El párroco de la Iglesia del Esíritu Santo en Fall River (Massachussets, Estados Unidos), P. Roger Landry, agarra el toro por los cuernos de los escándalos sexuales dentro de la Iglesia. Recupera el discurso de San Francisco de Sales, quien asegura que los escándalos de los religiosos son equivalentes a un asesinato espiritual. Pero S. Francisco de Sales añade que quienes utilizan estos escándalos para apartarse de la fe cometen un suicidio espiritual.
El propio P. Landry reconoce que debe su vocación a malas experiencias con sacerdotes. Asegura que les veía dejando la Sagrada Forma en la patena de cualquier manera. Y rezaba: Señor, permíteme ser sacerdote para tratarte de otra manera.
En todo caso, es evidente que los escándalos han apartado a muchos de la Iglesia. La predicación convence; pero el ejemplo, arrastra. Y el mal ejemplo, repele. Por supuesto que muchos han utilizado los escándalos para justificar su lejanía de la Iglesia. Un suicidio. Como el cometido por Martín Lutero tras conocer la mala vida del Papa de entonces y la relajación de costumbres entre su clero.
La solución a esta crisis de la Iglesia pasa por la santidad, señala el P. Landry. Por supuesto que hay que mejorar los mecanismos de supervisión de entrada en los seminarios y reparar a las victimas y velar para evitar la soledad de los sacerdotes. Pero nada de esto es suficiente. Lo que esta Iglesia perseguida necesita es santidad. Y no sólo de los sacerdotes y religiosos, sino también de los laicos.
El P. Landry también recuerda la conversación entre Napoleón y el cardenal Consalni.
- Acabaré con vuestra Iglesia, decía Napoleón.
- No podrá, contestaba el purpurado.
- He dicho que acabaré con vuestra Iglesia.
- No podrá destruir la Iglesia; ni siquiera nosotros hemos podido hacerlo.
Y es que los sacramentos están a prueba de sacerdotes. No dependen de la santidad del oficiante, porque la Gracia de Dios rebosa la naturaleza humana. La prueba irrefutable de que el Espíritu Santo ha sostenido y sostiene la Iglesia durante 20 siglos es que es la única institución humana tan longeva a pesar de la demostrada mediocridad humana de sus responsables.
Por último, el P. Landry también recuerda que la primera Iglesia tuvo un traidor: Judas. Los once se hubieran suicidado si se hubieran quedado frenados por el garbanzo podrido. Pero la Iglesia floreció porque se fijó en los once, todos santos y todos -salvo S, Juan- martirizados. Ésta es la clave.
Andrés Velázquez
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