En Lourdes Benedicto XVI volvió a referirse a los principios no negociables, guía inequívoca del católico en política: un cristiano puede pensar lo que quiera sobre cualquier asunto político, económico o social, pero hay cuatro -cinco cosas, porque en París volvió a introducir el elemento que entra y sale- con las que no puede negociar, dialogar ni tolerar. Esos valores son: vida, familia, bien común, libertad de enseñanza y libertad religiosa.
Son los cinco principios que el progresismo de izquierda y de derechas va masacrando de forma sistemática. La historia misma del Zapatismo que ahora se repite en Ecuador con el bolivariano Rafael Correa. Y no duden que la estación intermedia de ese camino de vulneraciones es el pensamiento único, que reduce al silencio al discrepante, y la estación término es la tiranía. Por ejemplo, en España, la ley de memoria histórica y las garzonadas no son sino tiranía intelectual, y así, quien va a discrepar de la simplona interpretación deEn Ecuador pretenden recuperar el tiempo perdido así que la nueva constitución que propone Rafael Correa apunta contra los cinco principios no negociables. Correa se ha encontrado allí con el enfrentamiento directo de los obispos. Este fin de semana, festividad de la Santa Cruz monseñor Antonio Arregui lo resumía en dos palabras: "Se ha herido el espíritu de una nación que es cristiana". No olvidemos que los ecuatorianos constituyen la minoría inmigrante más numerosa de España, empatada con la magrebí.
En mi opinión aún hay que dar un paso más: si los principios no son negociables, hay que hacerlos no negociables de verdad. En resumen, prohibir el acceso a los sacramentos a aquellos políticos que se presentan como católicos y, sin embargo, con sus palabras, sus posturas, sus votos parlamentarios o su actitud están dando un escándalo continuo y confundiendo a los fieles. Negarle, sobre todo, la comunión, señalando al escandalizador para que quede claro. No es momento para andarse con medias tintas.
Si un político se dice agnóstico o ateo -o sea, un agnóstico serio- allá él con su conciencia. Ahora bien, si un político se dice católico y defiende o transige con el aborto, con los ataques a la familia natural, o cualquier otro principio no negociable es evidente que se le debe negar la comunión y explicitarlo, tal y como han hecho los obispos norteamericanos con John Kerry o Nancy Pelosi. Es evidente, por ejemplo, que al alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, un personaje que oficia bodas homosexuales, que ofrece píldoras abortivas a adolescentes desde los 13 años, a espaldas de sus padres, entre otras lindezas, debe negarle el acceso a la comunión, por mucho que se incline a besarle el anillo papal a Su Santidad. Ayer mismo (Tengo una pregunta para usted) volvió a defender en un programa de máxima audiencia una ley del aborto, la de Felipe González, que supone la muerte violenta de 100.000 inocentes por año. Ante este escándalo, "la Jerarquía no puede permanecer cruzada de brazos, aunque sólo sea para que el señor alcalde no se trague su propia condenación".
No es crueldad, sino una mera cuestión de coherencia. Porque la clemencia no hay que tenerla con el poderoso sino con los millones de feligreses anonadados ante tanta confusión.
Eulogio López
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