El pepinazo servirá para que todos los tertulianos bocazas que han venido alabando a la canciller alemana Ángela Merkel, el político europeo que más daño ha hecho a la Europa mediterránea en general y a España en particular, se hayan caído del burro, al menos por una semana.

La polémica la ha resumido, en una frase genial, Pedro Barato, el presidente histórico de la patronal agraria ASAJA: "¿Qué pasa, que los únicos pepinos que tienen problemas son los que van a Alemania?"

Y es que la visión que tiene Merkel de España y de los sureños es un pelín racista: somos gente vaga y sucia, incapaz de cumplir nuestros compromisos. Eso sí, vivimos bastante peor que los alemanes y trabajamos bastante más, pero no estamos para eso: estamos para darles cuotas de mercado a las empresas alemanas y para pagar intereses abusivos a los inversores germanos.

Rusia ha seguido de inmediato los pasos de su mejor aliado actual, Alemania, y ha suspendido todas las importaciones de verduras españolas, en una especie de guerra comercial preventiva. No me extraña que Polonia, Checoslovaquia y otros países ubicados entre las dos potencias del pacto Ribbentrop-Mólotov quieran firmar un  acuerdo de colaboración militar para defenderse de aquellos chicos que invadieron Polonia en la II Guerra Mundial, los unos por el oeste y los otros por el este.  

No se ha demostrado que el pepino español sea el responsable pero Merkel ya ha lanzado el anatema, con la sana intención de hundir a los agricultores españoles. ¿Qué ocurriría si España respondiera paralizando las importaciones de productos tecnológicos alemanes o dejando a Siemens, por decir algo, sin presencia en España, donde es el principal suministrador de redes de telecomunicaciones y de equipamientos sanitarios.  Y lo mismo da que ahora los alemanes digan que se han equivocado: el mal ya está hecho.

El pepinazo ha venido acompañado de otro merkelazo. Todas las centrales nucleares alemanas cerrarán en 2022. Esto no me preocupa tanto, dado que los principales damnificados serán los propios alemanes, que ahora tendrán que sustituir los reactores por molinillos y placas solares. Ahora bien, Alemania es la gran potencia de la Unión Europea formada por 27 países, y entonces resulta que, nada más producirse el anuncio, la cotización de las grandes eléctricas se ha ido al garete, al tiempo que fuerza un relevo en la investigación en todo el mundo, o sea, mucho dinero. Por una razón: sin fisión nuclear no habrá fusión, que no deja de ser el futuro energético de la humanidad. La cantada de Merkel no sólo perjudica a sus empresas eléctricas, perjudica a toda Europa. Y no a todas sus empresas dado que, de eso sabemos mucho en España, las compañías germanas se pondrán a instalar molinillos, huertas solares y centrales termoeléctricas... con el dinero del Estado, naturalmente.

La energía nuclear, no lo olvidemos, es la energía de los pobres, porque es la más intensiva y la más barata. Pero Merkel, tanto en energía como en mercados financieros, sólo trabaja para los ricos.

El problema de Alemania es que abandonó el cristianismo para convertirse al panteísmo ecologista. En la gran potencia europea se idolatra la salud y la seguridad. Por eso, antes de analizar quién es el culpable, fastidiamos al pepino español -salud- y antes de pensar un minuto las consecuencias del cierre nuclear -seguridad- decretamos el parón a plazo fijo.

Y es que ésos son los dos ídolos de la nueva religión verde, religión oficial en Prusia: la salud y la seguridad. Ni que decir tiene que adorar a estos dos conceptos no significa conseguir ni un mundo más salutífero ni un mundo más seguro. Pero eso ya lo sabían, ¿verdad?

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com