La canciller alemana, Angela Merkel, está en guerra con el complejo industrial alemán, asolado por los escándalos.
Al menos cuatro empresas (Siemens, VW, ThyssenKrupp y Deustche Bank) atraviesan un mal momento en sus relaciones con el Gobierno de Berlín, que siempre se ha mostrado protector con las multinacionales.
La raíz del conflicto en muy sencillo. Todo el organigrama de gestión alemán se enraíza en una separación clara y tajante entre el equipo directivo y el Consejo de Administración o de Vigilancia de la compañía. Ahora bien, en esos grupos, con mayor o menor nitidez, y en otras multinacionales alemanas, se ha creado el hábito de que, lo que en España llamaríamos consejero delegado, el vigilado, termine su carrera pasando a presidir el Consejo de Administración (vigilante). Ese sencillo hábito constituye la mejor manera de esconder todo los trapos sucios. El caso actual de Siemens, con un Von Pierer intentado aparentar desconocimiento total de prácticas de soborno que comenzaron cuando él era el primer ejecutivo clama al Cielo.
Conclusión: ese paso de CEO a presidente es el que quiere prohibir, por ley, la canciller, lo que le ha acarreado las iras de la clase dirigente alemana. Desde luego, aunque la era de los escándalos ya había comenzado, Schröder no intentó poner orden en el desastre. Y eso que era de izquierdas.